POR JULIO MARTINEZ POZO.- Una avalancha se origina con una sola piedra, y las decenas que han ido a estrellarse contra las paredes y cristales del Congreso en el decurso de cinco meses, son un pésimo augurio del nefasto rumbo que podrían tomar las protestas sociales, si el alma nacional no hace sentir su más contundente repudio a esa deriva caótica.
Esta vez la regresión a la caverna se ha revestido del absurdo reclamo de que se precarice el sistema de pensiones, devolviendo a los trabajadores el 30% de los ahorros que garantizan que al final de su actividad productiva, no tenga que depender de la caridad de los gobiernos y de la sociedad para vivir la etapa más crítica de la existencia, en la que se torna muy cuesta arriba ofrecer un servicio a cambio de una remuneración.
Lo que se clama es que el pobre se empobrezca más subvencionando la crisis con el pan que guarda para cuando no le sea posible amasar harina, en vez de poner el énfasis en lograr que el gobierno y la sociedad provean los mecanismos de capear el temporal.
En nada hemos avanzado más que en la igualación de clases que propicia la seguridad social, que en gran medida superó la inequidad que dejaba los avances y el confort de la medicina privada al disfrute exclusivo de los sectores de mayores ingresos, mientras que la inmensa mayoría de los trabajadores no tenían más opción que amontonarse en la precariedad de los hospitales públicos, que por el remozamiento del que ha sido beneficiario y los aportes que reciben del gobierno y del sistema de la seguridad social, pueden operar con mayor eficiencia.
El empleador además de proporcionar un salario monetario al trabajador tiene que desprenderse de un salario social para que su trabajador disponga de las atenciones médicas que requiera, de un seguro de sobrevivencia y de una pensión digna, poniendo el primero el 70% de los recursos destinados a la garantía de esos objetivos.
Trastocar esa conquista social que busca hacer menos inequitativo el capitalismosalvaje, podría significar despedirla para siempre en la puertas de un mundo laboral que de la mano de las inteligencias artificial y remota, así como en la deslocalización del trabajo, podría significar despedirla para siempre en un proceso en el que la explotación del hombre por el hombre da paso al de la sustitución del hombre por la robótica y los algoritmos.
La contratación laboral bajo las conquistas sociales de la primera y segunda revolución industriales, va de paso, y, más temprano que tarde sólo será evocación nostálgica.
Lo que más preocupa no la absurdidad del reclamo sino el debut de un método brutal que pudiera contagiarse a otras demandas en una coyuntura en la que sobrarán razones para izar peticiones sociales.
Los ahorros de pensiones y su rentabilidad lejos de representar un mal son una virtud de la economía, y si por lo que no es problema se llega a esos extremos, qué pasará con situaciones que representan dramas reales, como el de más de 184 mil trabajadores suspendidos a los que no se les avizora un regreso que no sea a otra cosa que al de la falta de oportunidades para poner alimentos en sus mesas.