POR CRISTHIAN JIMENEZ.- “Todo, en todas partes, al mismo tiempo”, exitosa y premiada película solo era posible en el metaverso. En la realidad, máxime en el ámbito económico, no es posible afectar a todos de un devastador plumazo, sin esperar un rechazo unánime. Los tecnócratas fallaron al formular la reforma fiscal y el presidente Luis Abinader hizo lo correcto al retirarla.
El martes último dije en radio y televisión que la opción de declinar el proyecto debería estar sobre la mesa ante la consolidación del rechazo ante el Congreso Nacional y en lo mediático, y la escasa y débil defensa de la propuesta fiscal. Además, los consistentes cacerolazos en sectores de clase media en la capital y los anuncios de huelgas en provincias.
La primera pregunta que hice en mi estreno en LA Semanal fue sobre el consenso, y un sudoroso ministro de Hacienda respondió, hasta con anécdotas, que se había hablado con todo el mundo (en demasía, parecía enfatizar su tono).
(Oír es percibir con el oído los sonidos, mientas que escuchar es prestar atención a lo que se oye, según la RAE).
Los datos presentados por sectores productivos, comerciantes, economistas y ciudadanos evidenció que solo se oyó y no se escuchó a las personas y comisionados recibidos por los técnicos gubernamentales.
Irracional desde todo punto de vista borrar, sin gradualidad, los estímulos al turismo, industrias, zonas francas y gravarlo todo con excepción de 7 productos de alto consumo diario. Agua y café, el colmo, sufrieron el ramalazo.
Las reacciones negativas escalaron con participación justificada de la oposición política (aunque algunos argumentos evidenciaban desmemoria) que imposibilitó un recorte del alcance de la aspiración fiscal de un 1.5 del 3 por ciento del PIB requerido. Todo el mundo molesto y el gobierno con recursos insuficientes.
Abinader, con rostro adusto, apareció el sábado ante los televisores y redes para anunciar el retiro de la propuesta por carecer de consenso, aunque defendió que no fue un trabajo improvisado y que buscaba elevar el nivel de desarrollo del país.
Advirtió que la eliminación de la reforma fiscal implicará “ajustar el alcance de los planes de desarrollo” y “construir alternativas aceptables para lograr la República Dominicana que queremos”.
Los gremios empresariales y dirigentes políticos y oficialistas reaccionaron elogiando la decisión del mandatario. Opositores y hombres de empresa hablaron de continuar el diálogo para lograr consensos, lo que no lucen tan sencillo.
El reto ahora es llegar acuerdos luego de este episodio frustratorio para todos, que provocó rupturas y ha generado desconfianza entre sectores productivos y el gobierno, en ámbitos insospechados en el primer cuatrienio de Abinader.
Los espacios de recaudación identificados por los técnicos oficiales y calado, lucen inabordables en posibles discusiones futuras, que me lucen improbables en los próximos meses. Los ánimos quedaron alterados.
El estrellón de la reforma fiscal podría reflejarse en otras propuestas oficiales de cambio, como la seguridad social y el código laboral. Al menos, Abinader tiene su reforma constitucional (con cambios patrocinados por los diputados del PRM), la que no ha podido “disfrutar”. Me he quedado a la espera de un acto solemne de presentación de la “nueva” Constitución.
En todo esto, el proyecto de presupuesto del 2025, con unos 300 mil millones para los intereses de la deuda, en latencia en el Congreso Nacional a la espera de la identificación de los recursos económicos de soporte.
Abinader podría iniciar el escabroso camino de reformas administrativas puntuales, a sabiendas de que también serán hostilizadas.
¿Cómo quedarán las relaciones Abinader con los tecnócratas y con los funcionarios que rehuyeron la defensa del proyecto de reforma fiscal?