NUEVA YORK.- La batalla empieza al abrigo de la noche. Sobre las nueve se oyen silbidos y petardeos, como si los grupos estuvieran calentando. Luego, cuando dan las once o las doce, sacan la artillería pesada.
Los centelleos van seguidos de fuertes explosiones, las ventanas vibran, las mascotas corren debajo de la cama y los bebés se despiertan aterrorizados.
El uso callejero e ilegal de fuegos artificiales, normalmente reservado para la noche del 4 de julio, se ha convertido en el ritual diario de la ciudad. Un misterio que tiene a los habitantes en vilo, desde los barrios más acomodados de Manhattan hasta los más humildes de Brooklyn.
“Anarquía en los Estados Unidos”, decía un usuario de Facebook, al colgar un vídeo de dos bandas de jóvenes disparándose fuegos artificiales entre ellos, en plena calle. La escena recordaba a las películas de ‘Star Wars’, con fuegos rojos y azules entrecruzándose en un parque, en medio del humo y las chispas.
Las quejas a la ciudad por fuegos artificiales, que han aumentado un 4.000% interanual en la primera mitad de junio, han desatado diferentes debates sobre su causa y sus implicaciones; debates que reflejan las tensiones de una ciudad castigada por la pandemia y por tres semanas de protestas por el asesinato de George Floyd.
Uno de los filtros del debate es la cuestión racial. Muchas de estas quejas, que están repartidas por toda la ciudad, se han concentrado en los barrios de Brooklyn en proceso de gentrificación: allí donde los jóvenes profesionales blancos se mudan buscando alquileres asequibles, muchas veces desplazando, en el medio plazo, a las minorías que llevan allí viviendo desde hace décadas.
“Las fuerzas gentrificadoras blancas en nuestras comunidades están animando por un lado, diciendo ‘Black Lives Matter’, mientras por el otro llaman a la policía contra las comunidades”, dijo Imani Henry, organizador de Equality For Flatbush, a The Gothamist. Este mismo grupo activista de Brooklyn explicaba en un tuit que los fuegos artificiales y la música alta son una norma cultural desde Memorial Day (finales de mayo) a Labor Day (principios de septiembre).
“A quienquiera que haya llamado a la policía esta noche en Flatbush, que sepa por favor que puede hacer que alguien sea asesinado por el Departamento de Policía de Nueva York”.
No hay pruebas de que las casi 6.000 llamadas a la policía por quejas relacionadas con los fuegos artificiales hayan sido hechas por blancos, ni que todas las personas de color estén cómodas con dos semanas de bombardeos continuos hasta las cuatro de la madrugada, pero varios vídeos y discusiones han reforzado el filtro racial.
En un vídeo, por ejemplo, se ve a una mujer blanca, de unos 45 años, desgañitándose frente a unos jóvenes de color que presuntamente estaban tirando los fuegos. “¡No es divertido! ¡No es divertido en absoluto!”, dice la señora, que tiene la cara hinchada y está a punto de romper a llorar. “¡Nos estáis aterrorizando!”. Los chicos al principio no saben cómo reaccionar, luego se ríen y le dicen: “Vete a casa, Karen”.
Es más: la policía andaría regalando fuegos artificiales a los jóvenes, para que estos hiciesen el trabajo sucio. Un miembro de un grupo local de Facebook especulaba con que se mandaban camiones repletos de explosivos gratis a estos barrios llenos de gente sin recursos. “Los jóvenes detonando estos explosivos caros en el vecindario, noche tras noche tras noche, no pueden ni comprarse un helado”.
Otro filtro por el que mirar al debate es el filtro policial. Las fuerzas del orden, pese al histórico volumen de quejas, han estado visiblemente ausentes de estas explosiones y batalles campales, que han dejado al menos dos heridos. Los agentes han requisado 26 pilas de fuegos artificiales, han efectuado 8 detenciones y, en una noche particularmente dura, se presentaron en Flatbush vestidos de antidisturbios y acompañados de helicópteros. Pero su falta general de repuesta ha sido patente.
“La policía tiene las manos llenas con asuntos importantes —manifestaciones, saqueos y covid— y simplemente no tienen tiempo para responder a cuestiones de calidad de vida como esta”, dijo al Times Adrian Benepe, antiguo comisario de parques de Nueva York. La detonación masiva de fuegos pirotécnicos ilegales, por tanto, podría estar relacionada con una menor presencia uniformada en las calles.
El aparente desinterés de la policía en los fuegos artificiales puede tener otros matices. Diferentes estudios, como el elaborado por la autora conservadora y miembro del Manhattan Institute Heather Mac Donald, a raíz del auge de Black Lives Matter en 2015, reflejan que, cuando los agentes están en el punto de mira de los medios de comunicación por mala conducta, su rendimiento cae y el crimen sube.
Los agentes se considerarían víctimas de un tratamiento “denigrante” por parte de los medios de comunicación y los legisladores neoyorquinos, según Mike O’Meara, del New York Police Benevolent Association. Las manifestaciones exigen quitar recursos a la policía, y algunas brigadas, como la de agentes de paisano, han sido desbandadas.
Todavía es pronto para medir el impacto de las protestas raciales de este año en la actividad policial, pero ya van llegando algunos datos. Desde hace un mes, cuando empezaron las manifestaciones y los disturbios, Nueva York ha registrado un aumento del 25% en tiroteos y homicidios.
Un tercer filtro es más prosaico, casi vulgar. La proliferación de fuegos artificiales tendría más que ver con las leyes de la oferta y la demanda que con la gentrificación o la actitud de la policía. La pandemia ha hecho que las ciudades de Estados Unidos cancelasen todo tipo de eventos en los que se utilizan fuegos artificiales, lo cual ha dejado sin mercado a las empresas que fabrican estos explosivos. Así que las propias empresas los habrían dejado a un precio muy rebajado para mantenerse a flote.
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La Asociación Nacional de Fuegos Artificiales, según el portal Slate, ha reconocido que las ventas están subiendo en todo el país.
La misma conversación que en Nueva York se da en otras grandes ciudades, como Boston o Youngstown, en Ohio. La directora de la Asociación Pirotécnica Americana, Julie Heckman, lo ha confirmado. Cree que la pandemia explica la súbita hiperactividad en tantas ciudades. “Creo que la gente en general, debido al covid, está como loca por hacer algo”, declaró.
Los fuegos artificiales en estados con una regulación más laxa, como Pensilvania o New Hampshire, se habrían abierto paso hasta la Gran Manzana a un precio mucho menor al habitual. Lo cual, sumado a los tres meses de confinamiento y frustración, el hartazgo de los policías, el ánimo de protestar y subvertir el orden y la llegada del verano, han hecho de Nueva York, literalmente, la ciudad que nunca duerme.