POR JULIO MARTINEZ POZO.- Los debates por la representación del pigmento de la piel y las caracterizaciones físicas de la reina egipcia Cleopatra, no son nada nuevos, porque se sabe muy poco de cómo era ella, aunque es casi seguro que no fuera una mujer blanca de ojos azules, como la presentada a la generación de los Baby boomer, en la caracterización que protagonizó, en 1963, Elizabeth Taylor.
Una abogada dominicana cautivada por la arqueología, Kathleen Martínez, encabeza un equipo que busca su tumba desde hace más de veinte años, pero hasta ahora lo cercano a la identidad de Cleopatra, es la tumba de su hermana, la princesa Arsionoe que llevaba dos mil años sepultada en Efeso, con identidades de un origen étnico mixto.
Algo parecido ocurrió cuando la personificación tocó a la protagonista de la Mujer Maravilla, la israelí Gal Gadot, en una película dirigida por Pally Jenkins: se hablaba del interés de blanquear la representación de una mujer con el negro detrás y delante de las orejas.
No puede olvidarse que el cine y el poder siempre han sido compañeros de ruta, y que la Europa que vio en la revuelta protagonizada por los esclavos que declararon una república independiente en América, el aviso de que había que abolir la esclavitud, lo fueron haciendo, pero como dice la salsa de Peter Rodríguez, la abolición llegó, pero el negro no la gozó…
Como relatan los autores de “El libro del poder negro”: “de hecho, poco después de la abolición, varias potencias europeas comenzaron a colonizar el Africa subsahariana. La ficción de que sus habitantes eran una raza inferior ayudó a hacer pasar por misión civilizadora la depredación.
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En la Conferencia de Berlín en 1884-1885, varias potencias europeas se repartieron el continente: Gran Bretaña se apoderó de amplias regiones de Africa occidental, y el rey Leopoldo de Bélgica, a título personal, del Congo. Ningún africano fue invitado a la conferencia. En 1900, el 90% de Africa estaba bajo el control de países europeos.
“El colonialismo fue opresor para la gran mayoría. Los africanos se rebelaron contra la tutela europea y el reclutamiento para trabajos forzados en los que se castigaba o mataba a quienes no producían suficiente rendimiento.
En la Nigeria británica, entre 1929 y 1930, miles de mujeres se rebelaron para intentar reparar múltiples injusticias, y saquearon fábricas, quemaron edificios administrativos, bloquearon vías de ferrocarril y cortaron líneas de telégrafos”.
El edulcorante de una Cleopatra de rasgos británicos cumplía con la misión de presentar la bondad, la belleza, el coraje y todo el aspiracional del lado humanista de los colonizadores.
Ahora se levanta una nueva polémica porque Neflix, buscando acogida en el gran mercado afrodescendiente estadounidense, presentará un documental con una Cleopatra negra, cosa que supuestamente no debe hacer porque no se trata de una película en la que hay licencia para la ficción.
Es que cualquier característica física que se presente sobre Cleopatra es ficción, blanca, negra, rubia o asiática, porque tal y como sustenta la historiadora británica Mary Beard, lo más objetivo que pudiera hacerse es presentarla sin rostro.
No hay mayor futileza que la presunta ofensa de Egipto porque se le proyecte negra, porque además de racial, discriminatorio y ofensivo, niega los fundamentos de su civilización, iniciada por africanos autóctonos, “cuyas fértiles llanuras aluviales explotaron, y donde pusieron los cimientos de la serie de dinastías que consolidaron la antigua civilización egipcia”, como destacan los autores Del Poder Negro.