POR CRISTHIAN JIMENEZ.- Compleja y difícil la relación entre el débil y el poderoso. El gesto desde arriba es un favor y los reclamos del pequeño se interpretan como rebeldía. Somos amigos, pero no exactamente.
Así como en la cultura machita el proveedor reclama incondicionalidad, el aliado fortachón sujeta la colaboración, sin comunicarlo, a una lealtad indigna.
Los grandes admiten que cada país es dueño de su política migratoria y que solo debe regirse por su constitución y leyes, pero en los hechos quieren imponer “sus valores” y la extraterritorialidad de sus legislaciones.
No hay amigos ni enemigos, solo intereses, asumen, pero la divisa únicamente puede aplicarse desde su emplazamiento.
“El debate interno estadounidense”, decía el exsecretario de Estado George Shultz, citado por Kissinger en su libro Orden Mundial,” suele describirse como una disputa entre idealismo y realismo. Si Estados Unidos no puede actuar en ambos sentidos, quizás no sea capaz de cumplir de cara a los propios estadounidenses y al resto del mundo, con ninguno”.
Es un gran dilema. Estimular la salida del gobierno de Maduro en Venezuela y hasta instalar a virtualmente a un opositor por sus violaciones a los derechos humanos, pero ir tras su colaboración desde que Rusia invadió a Ucrania y escasearon y se elevaron los precios de los combustibles. Ninguno de los forzados a la farsa Guaidó fue informado o convocado al viaje subrepticio de la comisión norteamericana a Caracas. El fin de semana último apadrinaron unos acuerdos con libreto hipócrita entre opositores y oficialistas.
Obama, al asumir el gobierno en 2009, decidió cambiar matices de la política exterior de Estados Unidos y aconsejó: “si queremos que los demás países apoyen nuestras prioridades –le dije al Consejo de Seguridad Nacional- no debemos amedrentarlos sin más. Tenemos que demostrarles que tenemos en cuenta sus puntos de vista; o al menos que sabemos ubicar sus países en el mapa”
“Ser conocidos. Ser escuchados. Hacer que se reconozca la identidad única propia y su valor. Es un deseo humano universal, pensaba yo, tan cierto para las naciones y los pueblos como para los individuos”, precisaba.
Biden estaba a su lado como vicepresidente, compartía decisiones fundamentales y “hacía las preguntas incómodas”. Visitó República Dominicana en aquella oportunidad. Las presiones norteamericanas han aumentado gradualmente y han pasado de las disimuladas a través instrumentos como la Cumbre de las Américas y órganos multilaterales como la ONU, de control estadounidense, a los disparos a campo abierto como el reciente comunicado de su embajada de alegadas vejaciones a estadounidense por el color de su piel, sin documentación que sostenga que es una práctica de las autoridades dominicanas. Luego, otros lances en los que CNN citaba un supuesto informe de Unicef que refería repatriación de niños haitianos sin sus padres, desmentido por funcionarios locales.
El viernes, autoridades federales, estatales y locales deportaron a Haití a 190 personas, incluidos 46 niños, que llegaron a los Cayos de La Florida en un destartalado velero. Según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) Estados Unidos lidera las deportaciones de haitianos con más de 21 mil hasta octubre. ¿Cómo censurar y camuflar inconformidades por alegadas violaciones a los derechos, afectando a un país “amigo” por hechos que Estados Unidos lidera?
El anuncio de una agencia estadounidense de impedir la entrada de azúcar del Central Romana por supuestas violaciones laborales, tiene otros componentes, pero lució como “una jugada de triple play”.
RD, sin cesar las deportaciones, reitero, debe ser proactiva y acceder a las agencias y congreso estadounidenses antes de que alguna sanción directa llegue entre el ruido de las navidades, del carnaval o las elecciones.