POR LEONEL FERNANDEZ.- Al elaborarse el contexto macroeconómico para la formulación del proyecto de Ley de Presupuesto General del Estado 2023, se reconoce que el crecimiento de la economía mundial será menor que lo inicialmente previsto, al pasar de 4.4 por ciento a tan solo 3.2 por ciento.
Más aún, según el proyecto, para la generalidad de los países, las estimaciones hechas en enero del 2022 sobre crecimiento económico presentan diferencias negativas al compararse con lo conquistado en el segundo semestre de este año.
Para el 2023, las proyecciones sobre el crecimiento de la economía mundial se presentan peor. Será tan sólo de 2.9 por ciento; y en lo que concierne a las naciones más avanzadas del planeta, se considera que nada más será de 1.4 por ciento.
En resumen, lo que se indica con esos números es que la economía mundial se encuentra en una grave crisis.
El origen de esa crisis se ubica en la aplicación de una política monetaria y fiscal expansiva, como consecuencia de la severa contracción experimentada por la economía mundial durante la pandemia del Covid-19.
Debido a la propagación del virus de la pandemia, los países se vieron compelidos a adoptar medidas de confinamiento, con lo cual la economía mundial se paralizó.
El desplome experimentado fue el mayor en un siglo. La disminución de la capacidad de generación de riqueza resultó abismal. El desempleo se disparó y un sentimiento de frustración, impotencia e incertidumbre se esparció por todas partes.
Frente a esa trágica y sombría situación no había más que un camino: expandir el gasto público mediante la ejecución de una política de emisión monetaria por parte de los bancos centrales.
Así se hizo. De esa manera procedieron la Reserva Federal de los Estados Unidos, el Banco Central Europeo, los bancos centrales de América Latina; y por supuesto, también el Banco Central de la República Dominicana.
Consecuencias inesperadas
Lo que hicieron los bancos centrales de todas partes del mundo, al emitir dinero que serviría para proporcionarle oxígeno a economías moribundas, fue completamente acertado.
La debilidad, sin embargo, parece estar en no haber calculado, en forma adecuada, la magnitud o dimensión de los recursos que podían ser asimilados por los mercados.
En el fondo, se produjo un sobrecalentamiento de la economía. Esto así, sobre todo, si se toma en consideración que los Estados Unidos, desde la crisis financiera del 2008, hasta que empezó la pandemia en el 2020, durante 12 años consecutivos, continuó con su política de expansión monetaria.
De manera que esa enorme cantidad de dinero, destinada a financiar las políticas sociales y estimular la reactivación del crecimiento económico, terminó convirtiéndose en la causa fundamental de la inflación que se ha desatado en nuestros tiempos, la más alta de los últimos 40 años.
A esa causa se han añadido otros factores que también explican la actual alza de precios, como son la disrupción de las cadenas globales de producción y distribución, el aumento de los fletes marítimos y la guerra entre Rusia y Ucrania.
Ahora bien, frente a la inflación, los bancos centrales, en principio, empezando por la Reserva Federal estadounidense, no reaccionaron a tiempo. Creyeron que se trataba de algo transitorio, que pronto se desvanecería.
Pero no ha ocurrido así. La actual inflación ha demostrado ser particularmente persistente, desafiando a las autoridades monetarias del mundo.
En la República Dominicana, al desatarse el alza de precios de los artículos de primera necesidad, el gobierno, erróneamente, creyó que podía solucionarse mediante la firma de acuerdos con el sector de los comerciantes.
El Banco Central, por su lado, ha tenido que reconocer en sus documentos oficiales que se equivocó en cuanto a determinar su tiempo de duración, ya que habiendo proyectado una meta de inflación de 4.5 por ciento para el 2022, prácticamente se duplicó, al ser más de un 8 por ciento.
Soluciones tenebrosas
Como forma de reducir los precios al consumidor, desde finales del año pasado y el transcurso del 2022, 90 bancos centrales alrededor del mundo han estado aumentando, de manera periódica, las tasas de referencia de políticas monetarias, así como reduciendo la liquidez del sistema financiero.
A pesar de eso, los precios de las mercancías no descienden en la forma esperada, lo cual obliga a las autoridades monetarias a continuar incrementando las tasas de interés.
El jefe de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Jerome Powell, en un encuentro reciente sostenido con sus colegas en Jackson Hole, Wyoming, afirmó que proseguirá aumentando las tasas de interés hasta que la inflación esté bajo control, sin importar el malestar social que pueda producir.
Frente a esas palabras, los mercados han entrado en pánico. Operan en forma anárquica y volátil, ya que sienten el riesgo inminente de un aterrizaje forzoso de la economía, en forma de recesión.
Eso se pone en evidencia por el crecimiento económico negativo que la economía norteamericana ha experimentado durante los tres trimestres de este año, lo que no ocurría desde la gran recesión del 2008-2009.
El pasado mes de septiembre el índice de valor de las acciones de las principales 500 empresas estadounidenses cayó en 10 por ciento. De igual manera, durante el año, el mercado de valores, que incluye a las empresas del índice industrial Dow Jones, a las SP 500 y a las de alta tecnología que cotizan en el Nasdaq, se desmoronaron en 25 por ciento.
El PIB global, que en principio se había proyectado en 4.5 por ciento, sólo crecerá 3 por ciento este año. China, que crecía por encima de un 12 por ciento promedio anual, ahora sólo logrará un 2.8 por ciento. Europa, debido a la crisis energética, caerá en recesión. América Latina, seguirá la misma senda del descenso.
En fin, en medio de todo ese panorama mundial, tétrico y sombrío, la batalla por hacer bajar la inflación y evitar la recesión, está lejos de concluir.
Es en ese contexto que en la República Dominicana se elabora el proyecto de Ley de Presupuesto General del Estado 2023, en el cual se observa desde ya, desafortunadamente, un sesgo de carácter reeleccionista.
A las provincias con mayor número de electores se les aumentan las partidas presupuestarias hasta, en algún caso, duplicarlas con respecto al año anterior.
En cambio, a las de menor número de votantes, hasta se les disminuye, como son los casos de San José de Ocoa, Bahoruco, Pedernales, El Seibo y Hato Mayor.
Para los desamparados de la fortuna, sin embargo, hay una esperanza. El presupuesto consigna la construcción de un centro comunal en Bonao por dos millones de pesos y un muelle pesquero en Samaná por el mismo valor.
Ojalá no sea otra promesa para incumplirse. Que el gobierno sea eficiente y lo pueda ejecutar.