La ultraderecha radical, que desde hace dos meses acampa a las puertas de los cuarteles y exige sin ningún pudor un golpe militar, es desde ya un muy incómodo ruido de fondo en el Brasil que este 1 de enero asumirá Luiz Inácio Lula da Silva.
El movimiento golpista, investigado por la Justicia, irrumpió el día después de las elecciones del 30 de octubre, en las que Lula derrotó al presidente saliente, Jair Bolsonaro, con un estrecho margen de 1.8 puntos porcentuales.
Esos grupos ultras, que nacieron en Brasil junto con la llegada al poder del capitán de la reserva del Ejército, todavía se niegan a reconocer el resultado de las urnas y claman por una “intervención militar” que impida la investidura de Lula.
En ese movimiento se inscriben miles de personas que acampan frente al Cuartel General del Ejército en Brasilia, a unos cuatro kilómetros del Parlamento, donde Lula jurará este 1 de enero en presencia de todo el poder político nacional y líderes de una veintena de países.
También ese día se espera que unos 300.000 simpatizantes del presidente electo se den cita en la Explanada de los Ministerios, que concentra todos los edificios del poder público y a la que el ingreso estará estrictamente vigilado por todos los cuerpos de seguridad del Estado.
El movimiento golpista ha sido en general pacífico, ha provocado hasta ahora mucho más ruido que nueces, pero algunos episodios de violencia han sensibilizado aún más las alarmas.
El pasado 12 de diciembre, después de que un bolsonarista fue detenido por amenazar a Lula en las redes sociales, esos grupos tomaron las calles de Brasilia en unas protestas que acabaron con una decena de vehículos incendiados.
EFE