El coronavirus está afectando a la creciente clase media de África

James Gichina comenzó a trabajar hace 15 años como chofer de servicios de traslado de viajeros desde el aeropuerto, luego se convirtió en guía de safaris y más tarde, con la ayuda de algunos préstamos bancarios, compró dos camionetas para pasear a los vacacionistas.

Sus clientes pertenecían, al igual que él, a una clase media africana en crecimiento: banqueros de Nigeria, emprendedores tecnológicos de Sudáfrica y compatriotas kenianos que finalmente podían costear viajes para disfrutar las playas y las reservas de la vida silvestre de su propio país.

No obstante, cuando la pandemia del coronavirus destrozó la industria del turismo y la economía, Gichina quitó los asientos de su camioneta y comenzó a usarla para vender huevos y verduras. Dice que, con lo que gana ahora, a duras penas puede pagar la renta, comprar comestibles o enviar a la escuela a su hijo de nueve años.

“Hemos estado trabajando mucho para forjarnos una vida mejor”, comentó Gichina, de 35 años, refiriéndose a sus colegas en el sector turístico. “Ya no tenemos nada”, dice sobre la situación actual.

Los expertos del Banco Mundial afirman que el aumento del coronavirus en muchos países de África amenaza con sumir en la extrema pobreza a unos 58 millones de personas de la región. Pero más allá de las consecuencias devastadoras para las personas más vulnerables del continente, la pandemia también está afectando uno de los logros emblemáticos de África: el crecimiento de su clase media.

Durante la década pasada, la clase media africana fue crucial para el desarrollo educativo político y económico de todo el continente. Los nuevos empresarios y emprendedores han generado empleos que, a su vez, también han beneficiado a otras personas.

Las familias instruidas y que saben manejar la tecnología y los jóvenes con algo de dinero para gastar han alimentado la demanda de bienes de consumo, han exigido reformas democráticas, han ampliado la oferta de personas preparadas en todos los niveles de la sociedad y han presionado para que haya escuelas y atención médica de mayor calidad.

Alrededor de 170 millones de los 1300 millones de personas en África ahora entran en la categoría de clase media. Pero, según World Data Lab, una organización de investigación, aproximadamente ocho millones podrían caer en la pobreza debido al coronavirus y de sus repercusiones económicas.

Es un retroceso que tal vez se sienta en los años por venir.

“La tragedia es que como África no se desarrolla con rapidez, este desplome de la clase media podría tardar varios años en recuperarse”, señaló Homi Kharas, catedrático emérito en la Institución Brookings y cofundador de World Data Lab.

Según algunos cálculos, la clase media de África se triplicó en los últimos 30 años, impulsada por oportunidades de empleo en sectores como la tecnología, el turismo y la manufactura. Pero ahora que esta región enfrenta su primera recesión en 25 años, millones de personas instruidas que viven en los centros urbanos podrían verse afectadas por la desigualdad salarial extrema que durante décadas ha caracterizado al continente africano.

La creciente clase media ha sido “fundamental para las perspectivas futuras de las economías africanas, puesto que estimula el crecimiento a largo plazo, el progreso social, una sociedad inclusiva y próspera y una gobernabilidad eficaz y responsable“, señaló Landry Signé, autor de “Unlocking Africa’s Business Potential” (La liberación del potencial empresarial de África). El coronavirus “afectará de manera drástica los salarios y frenará los sueños de la clase media africana”, afirmó.

Los gobiernos de todo el continente respondieron de manera distinta al coronavirus, pero Kenia estuvo entre los que cerraron sus fronteras, impusieron toques de queda y restringieron la movilidad entre países. En Nairobi, la capital, los centros comerciales solían promoverse como el símbolo de una clase media en ascenso. Ahora, sus propietarios están mandando a sus empleados a casa sin goce de sueldo, cerrando las tiendas e intentando desesperadamente sobrevivir a la crisis.

Cuando Kenia anunció en marzo las restricciones de la cuarentena, casi dejó de haber clientes en el centro comercial Junction, a donde la clase media de Nairobi solía ir a pasearse, comer y comprar en más de cien establecimientos.

A principios de mayo, en Eastleigh, una zona muy concurrida con centros comerciales, hoteles, viviendas y bancos, también se impuso un cierre de emergencia luego de que aumentaron mucho los casos reportados de coronavirus.

Maryan Bashir, propietaria de tres tiendas de colchones y cortinas en Eastleigh, señaló que a los comerciantes comenzó a preocuparles si todavía podrían conseguir suministros de China cuando la pandemia empezó a afectar las importaciones. Pero la cuarentena terminó por desestabilizarlos por la falta de clientes.

También se redujo el empleo. Solo tres de sus doce compañeros de trabajo vivían dentro del área confinada y podían seguir yendo a trabajar.

Las autoridades levantaron el toque de queda en Eastleigh a principios de junio, pero Bashir dijo que pasaría mucho tiempo antes de que los propietarios de las tiendas pudieran obtener las mismas ganancias que antes de la pandemia.

“Los arrendadores siguen cobrando la renta”, comentó, “pero si nosotros no estamos obteniendo ganancia alguna, ¿cómo podemos pagar?”.

Las consecuencias económicas derivadas del brote de COVID-19 también se están sintiendo entre la clase media de Nigeria, la economía más grande de África. Según el Fondo Monetario Internacional, este país del occidente de África, afectado por los bajos ingresos del petróleo durante la pandemia, está afrontando tasas de desempleo cada vez más altas y una recesión que podría durar hasta 2021.

En Zimbabue, que ha estado en caída libre en materia económica durante años, la pandemia y las restricciones subsecuentes están amenazando la solvencia de quienes han accedido a la clase media.

Durante años, el restaurante de Madeline Chiveso en el centro de Harare, Zimbabue, dio servicio a profesionistas como banqueros, periodistas e ingenieros que acudían en masa a su local. Pero conforme aumentaron los contagios y las restricciones se endurecieron, ya no hubo clientes que atender y se vio obligada a cerrar su restaurante.

Chiveso solía ganar 350 dólares al día y ahora no tiene ingresos. Comentó que está usando sus ahorros para pagar las cuentas, lo que amenaza su sueño de tener una casa propia algún día.

“En definitiva, el futuro se ve incierto porque nadie sabe cómo va a terminar esto”, afirmó Chiveso, una madre soltera de 46 años con dos hijas que asisten a la universidad.

Kharas, de World Data Lab, definió a la clase media africana como familias que gastan entre 11 y 110 dólares per cápita al día.

Lo que distingue a la clase media de los pobres, señaló Razia Khan, economista en jefe del banco Standard Chartered en África y Medio Oriente, es la capacidad de obtener un ingreso estable. Pero debido a la pandemia, muchas más personas de toda África están en riesgo de “caer de nuevo en la pobreza”, debido a la falta de empleos, de prestaciones por desempleo o de cualquier sistema de seguridad social, afirmó.

La pandemia también está planteando una amenaza para las industrias emergentes respaldadas en los últimos años por los gobiernos africanos con el fin de aumentar el número de personas que obtienen un ingreso medio.

Ruanda, cuyo gobierno anunció su proyecto de convertirse en un país de ingresos medios para 2035, apoyó las industrias textiles y de moda locales para limitar las importaciones de ropa usada procedente de Estados Unidos e impulsar la manufactura.

En 2011, Matthew Rugamba, de 30 años, creó House of Tayo y la convirtió en una de las marcas principales en el floreciente ámbito de la moda de Ruanda. Los diseños de Rugamba obtuvieron el reconocimiento suficiente como para que se usaran en el estreno de la película “Pantera Negra” en Hollywood.

Sin embargo, cuando Ruanda impuso una de las cuarentenas más estrictas de África, la tienda de Rugamba cerró sus puertas y solo abrió varias semanas después a muy pocos clientes. Pese a que se puso a fabricar cubrebocas e introdujo un servicio de reparto, el negocio no ha sido el mismo.

“Estábamos en un momento en el que la gente valoraba el trabajo que hacíamos”, comentó Rugamba. Pero, con la pandemia, ha pasado “por periodos en los que me preocupa haber invertido nueve años de mi vida en esto y no saber si seguirá estando aquí mañana”.

THE NEW YORK TIMES

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