El Licey y el negocio del mercado negro

POR CRISTHIAN JIMENEZ.- Siempre me ha gustado el ambiente del estadio de béisbol: talentos que solo se ven en televisión, novatos llenos de esperanzas de emular a los que han triunfado y un entusiasmo general de hombres y mujeres que agitan bandereas y gorras en favor de sus equipos. Amén, de las porristas y mascotas de los equipos. De muchacho, de San Carlos al Quisqueya en autobús y para las gradas y de ya adulto y profesional en preferencias y palcos, hasta abonado.

Lamentablemente, contrario a producir fórmulas y crear facilidades que atraigan a los fanáticos, algunos equipos dificultan la tarea e incurren en el maltrato a los seguidores del pasatiempo familiar.

Es un contrasentido, en momentos en que la tecnología amplía los canales de difusión y la calidad de las transmisiones te hace sentir las emociones del estadio, solo excluida “la mai del pley”, que se coloquen trabas para el disfrute presencial de un un partido de béisbol.

Renuncié a tres asientos abonados, cuando mi equipo, Escogido, me quiso imponer la adquisición de partidos sin participación escarlata. Adiós a tardes y noches maravillosas, “amistades” y “vecinos”, que posibilitaban tres agitadas horas de altisonantes “cuerdas” a los “enemigos”.

Pasé a la tranquilidad del hogar (cero costo y en bolos) y, claro, en las finales, algunos bares y clubes sociales para mayor calor, nostalgia del estadio. Creció la desconexión con la pelota local.

Hace unos días, de visita en el país la mayor de mis hijas, recordó que no había acudido a un estadio en RD y comencé gestiones para adquirir boletos de un partido Licey-Águilas, por razones familiares y de amistad.

Como en todas partes del mundo, para cualquier actividad deportiva, cultural, entretenimiento, inicié por la boletería electrónica, pero, ¡oh sorpresa!, el Licey, cuando es home club, dueño de casa, imposibilita la compra por esa vía. No lo creí, hasta que choqué de nariz con esas barreras. No están en línea hasta el día del partido, pero el truco es que es imposible el acceso, igual maniobra que para los abonos.

Las horas corrían y, yo también, apuraba la búsqueda tocando puertas y haciendo llamadas a personas vinculadas al negocio y al periodismo deportivo. Nada. “Veré qué hago”, era frase de consuelo.

Pensé que repentinamente todo se resolvería cuando un amigo sugirió: habla con Monegro (José P., director del El Día y furibundo liceísta). Fue peor. Dosis de realidad, con su proverbial risotada me espetó: olvídate de eso.

Monegro sabía perfectamente lo que decía al desconcertado colega y amigo. Él había gastado enorme energía enfrentado algo que ha normalizado la sociedad dominicana: un equipo, empresa, que dificulta y encarece el acceso de quienes le apoyan y atenta contra ese sistema, casi entramado (como gusta decir a los fiscales) que es la operación que permite el control del béisbol de invierno. De repente (parece que mi cerebro lo había bloqueado), recordé la lucha de Monegro y otros periodistas y ciudadanos por el libre acceso a los juegos.

Abiertamente se ha calificado de mafia ese esquema, en el que se dice participaría formalmente la dirección del equipo. Incluso, se habla de que recibir numerosas boletas para canalizarla por el llamado mercado negro, sería parte del “paquete” ofrecido a funcionarios de la “ong”.

Al revisar archivos, vi que se acudió a la Liga de Beisbol, compañía por acciones de los equipos, que simuló preocupación, mientas que Pro-Consumidor, después de algunas escaramuzas, olvidó el asunto.

¿Es posible esto en un estado de derecho y en una actividad que recibe el apoyo económico del gobierno?

(Aun intento comprarlas (domingo) en el mercado azul para Escogido y Licey).

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