El perfume en el antiguo Egipto

La nariz de Cleopatra no era tan hermosa como la de la actriz que la encarnó, Liz Taylor. De hecho, en las efigies que adornan las monedas parece grande, incluso desproporcionada.

La que fuera faraona de Egipto no tendría problema para captar la intensa mezcolanza de olores que flotaba en Alejandría: el olor húmedo del Nilo se unía a la peste del pescado, el estiércol y los excrementos.

Para combatir el tufo, los egipcios quemaban mirra, incienso y alcanfor, además de plantar flores olorosas. Los perfumes eran señal de maat, lo bueno, lo ordenado, lo justo… y lo opuesto a isfet, lo malo, el caos, lo injusto.

A sus muertos les untaban aceites perfumados. Inscripciones jeroglíficas hablan de mezclas de sustancias olorosas para intensificar el placer. «Los antiguos egipcios fueron de los primeros en documentar y clasificar los olores», dice Dora Goldsmith, de la Universidad Libre de Berlín. Esta egiptóloga forma parte del reducido grupo de expertos que estudia el universo oloroso del Egipto de los faraones. Los arqueólogos descubrieron las primeras pruebas de la relevancia del olor en el antiguo Egipto durante sus primeras expediciones en el siglo XIX. El británico Flinders Petrie, por ejemplo, excavó el sepulcro del faraón Semerjet en Abidos en 1899. Cuanto más profundizaban, con más intensidad llegaba un aroma muy particular. La arena que cubría la tumba estaba impregnada con aceite oloroso, tan penetrante que envolvía todo el sepulcro.

Las mezclas perfumadas tenían una importancia especial en las celebraciones del antiguo Egipto. Por ejemplo, una vez al año, los egipcios organizaban pomposas procesiones en las que paseaban las estatuas de los dioses por sus ciudades entre aclamaciones de unas multitudes adornadas con coronas de flores y ungidas con sustancias olorosas.

A quienes menos querían exponer los egipcios a olores desagradables era a sus dioses. De ahí que los aceites perfumados desempeñaran un papel destacado en los templos. «Aromas para el más allá», los llama Goldsmith. «Esos aromas debían atraer a los dioses a casa», dice la egiptóloga. Y eso era muy importante: los egipcios creían que, si los dioses moraban en el templo, reinaba la paz. Por eso, las estatuas que adornaban los templos eran untadas con una pasta aromática a diario. El olor era también un indicador de estatus social. Todo el que se lo podía permitir perfumaba su casa y sus ropas con el humo del kyphi, una mezcla de corteza de alcanfor, mirra, incienso, bayas de enebro o resinas de estoraque, acacia y pino. A los egipcios les gustaba cultivar en sus jardines lotos, narcisos, jazmines, amapolas y mandrágora. A esta última se la consideraba también un afrodisiaco.

Goldsmith recibe consultas de todo el mundo. La búsqueda de los olores de la Antigüedad no ha hecho más que empezar.

Así era el Chanel número 5 de los egipcios

La egiptóloga Dora Goldsmith ha logrado recrear el mendesio, un perfume considerado como el Chanel Número 5 de la Antigüedad y llamado así por la ciudad en la que se producía: Mendes

En 2012, durante sus excavaciones cerca del lugar, los arqueólogos se toparon con un taller lleno de frascos. También encontraron joyas y monedas de oro y plata. Dedujeron que era una perfumería. «El mendesio era el símbolo oloroso del antiguo Egipto», dice Goldsmith. Por eso, la egiptóloga y su colega Sean Coughlin se embarcaron en la búsqueda de sus ingredientes. Los hallaron en textos griegos y latinos. Finalmente, en 2018, lograron combinar los componentes del famoso perfume. Tenía una nota de «mirra recién molida, acompañada por un matiz dulce», cuenta la egiptóloga. Como base de su perfume, los egipcios usaban el aceite de moringa. La receta incluía resina de pino y corteza de alcanfor.

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