POR VINICIO CASTILLO SEMAN.- Hace hoy 9 días, partió de este mundo mi adorada madre, Sogela Semán Mues de Castillo, hija de Víctor Semán y Evangelista Mues, dos jóvenes palestinos que llegaron a República Dominicana a principios del siglo 20.
Mi madre nació en Los Algodones, San Francisco de Macorís, el 13 de agosto de 1931, donde su abuelo Isa Mues tenía una finca agrícola, siendo la segunda hija de la familia, junto con sus hermanas Linda e Hilda.
Graduada de Doctora en Farmacia, se casó con mi padre, su adorado Vincho, con quien procreó 4 hijos: Pelegrín, Juárez, Vinicio y Sogela María. Mi madre fue ejemplo de dignidad, inmenso amor y abnegación por sus hijos, esposo y familia. Un verdadero tronco familiar que nos cuidó con esmero y nos dió toda la formación cristiana y espiritual para hacernos personas de bien y poder enfrentar las grandes vicisitudes de la vida con gran fortaleza.
Doña Sogela fue una cristiana consagrada, a la que siempre recuerdo desde muy niño con su rosario en la mano, rezando, implorando a Dios su protección, amparo y bendición.
Ella nunca dejó de vernos y tratarnos como sus niños y de estar pendiente de nosotros en todo momento, hasta que la enfermedad empezó a afectar su estado de ánimo. Su frase preferida en su vida cotidiana: ¡Viva Dios! Le daba gracias a Dios por la vida y protección nos ha dado siempre y la unión de la familia.
Dentro del inmenso dolor de apartarnos de ella, tenemos sus hijos, su adorado esposo y toda la familia, la gran satisfacción de haberle prodigado inmenso amor y cuido hasta el último hálito de su vida.
Confieso el mayor temor sentí de esta triste despedida era dejarla en el cementerio, donde descansarán por siempre sus restos mortales. Me atormentaba mucho visualizar ese momento.
Contrario a lo que temía, un extraño sentimiento de tranquilidad se apoderó de mi ser ese día. Salí del Cristo Redentor tranquilo, convencido de que mi madre estaba en el cielo, con Dios. Es como si la sintiera a ella misma decirme: “Vete tranquilo, descansa. Yo estoy bien.”
Dios es tan Grande y Poderoso, nos da esa fortaleza en el momento que más la necesitamos, en el que creemos nos vamos a derrumbar. Sentimos esa mano o presencia invisible, que nos da paz y sosiego.
Termino estas líneas con Juan 11:25 -26: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá.”