Perseguido por un escándalo de corrupción, el rey emérito Juan Carlos I marchó al exilio para intentar salvar la imagen de la Corona española, una institución de todas maneras frágil y con popularidad mermada, aunque blindada en la Constitución.
Con sus cuentas secretas en Suiza investigadas tanto en Ginebra como en Madrid, el ex jefe de Estado de 82 años anunció el lunes su salida del país, a un destino aún desconocido, para «contribuir a facilitar el ejercicio de [las] funciones» de su hijo, el rey Felipe VI.
Pero muchos analistas se preguntan si esta medida será cortafuegos suficiente.
Los datos estadísticos disponibles «muestran una situación muy frágil por parte de la institución, no solo porque ha caído mucho el crédito político que tenía hace 15 o 20 años, cuando llegó a ser la institución mejor valorada, sino porque sufre una crisis de confianza», indica a la AFP el politólogo Lluís Orriols.
La oficina estadística pública dejó de preguntar sobre el apoyo a la monarquía en 2015, cuando este se ubicaba apenas por encima de 4 puntos sobre 10, tras superar los 7 puntos en los noventas, en el momento álgido de popularidad de Juan Carlos.
Sondeos privados han mostrado en tiempos recientes un país dividido a partes iguales entre defensores de la Corona y antimonárquicos.
La clave es que la monarquía dejó de ser una institución de consenso en el país y «ahora genera confrontaciones ideológicas», explica Orriols, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Carlos III de Madrid, suscitando mayores apoyos en sectores de mayor edad y conservadores y menores entre jóvenes e izquierdistas.
Falta de tradición, utilidad y ejemplaridad
Su problema es que es difícil defender que cuente con los pilares básicos de las monarquías europeas modernas: tradición, utilidad y ejemplaridad, estima Jaume Claret, profesor de Historia de la Universitat Oberta de Catalunya.
«No pueden apelar a la tradición» ya que en los últimos dos siglos «la Corona borbónica solo ha conseguido tener dos reyes continuos», señala Claret. Isabel II, a mediados del siglo XIX, y Alfonso XIII, en el primer tercio del XX, también se exiliaron. Entre medias hubo guerras, dos repúblicas de corta duración y dictaduras, la última de Francisco Franco, quien decidió restablecer la monarquía.
Tampoco muestra utilidad, prosigue Claret, por el desapego manifiesto de las generaciones jóvenes, mientras que su ejemplaridad quedó en entredicho por los escándalos. Juan Carlos abdicó en 2014 tras un accidente cuando cazaba junto a su amante en África en plena crisis económica en España, mientras un caso de corrupción llevó a su yerno a prisión.
Desde su llegada al trono, Felipe VI tomó medidas para mejorar la imagen de la Corona, como imponer un código de conducta a la familia real o, en marzo pasado, retirar la asignación anual al rey emérito al conocerse más detalles sobre su fortuna opaca.
La Corona española debería ser «cautelosa», cuando las monarquías han pasado en el último siglo de ser «la forma de Estado modal» a un sistema «residual» en el mundo, señala Orriols.
De todas maneras, «eso no quiere decir que se vaya a producir una Tercera República, ya que los experimentos republicanos en España han sido más bien frágiles» y culminaron violentamente, advierte Claret.
«Blindaje total»
En todo caso, modificar el sistema de monarquía parlamentaria, establecido en el primer artículo de la Constitución, requeriría de una reforma «complicada no, complicadísima», apunta Alberto Lardiés, periodista y autor de libros sobre la monarquía.
Dicha reforma tendría que ser aprobada por dos tercios del Congreso, vuelta a avalar por un nuevo Congreso surgido de elecciones y finalmente ratificada en un referéndum.
«Hay un blindaje total» de la monarquía, dice Lardiés, desde el punto de vista constitucional pero también político, «porque los dos grandes partidos, el PSOE (socialista) y el PP (conservador) no ponen en duda la monarquía».
Además, según Lardiés, la institución recibe «sobreprotección mediática», que en décadas pasadas favoreció a Juan Carlos I y ahora a Felipe VI.
«Hoy en España las personas contrarias a la monarquía carecen de fuerza y de capacidad de arrastre social para cambiar la situación», dice Luis Palacios Bañuelos, catedrático de Historia en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, sin que eso evite que las turbulencias de la Corona sean usadas por «populistas y separatistas».
El experto se refería al partido de izquierda radical Podemos, abiertamente republicano y socio de gobierno de los socialistas, y a formaciones independentistas y nacionalistas en Cataluña y País Vasco, todos muy críticos con la salida de Juan Carlos.
Diego Urdaneta (AFP)