NUEVA YORK.- Una extraña sensación recorre las calles de Nueva York.
“Tres meses de encierro han sido mucho tiempo, es la fatiga del confinamiento”, dijo Odette Noble, de 77 años, sentada en una terraza al oeste de la calle 85, junto a su amiga, la poeta Jessica Nooney, ya cumplidos los 82.
Las dos son vecinas del edificio de al lado, donde residen desde hace 50 y 60 años, respectivamente. “Está muy bien, porque este restaurante ha ampliado su terraza en la calzada. Menos sitio para coches y más para las personas”, remarcó Nooney justo hace una semana, en la primera jornada en que se permitió que bares y restaurantes volvieran a la vida, pero solo con servicio de terraza.
“Esto no es una victoria, no es algo normal. Es un experimento que nunca se había realizado”, señala Harry Lelt, ese mismo lunes, en otra terraza del Upper West Side de Manhattan.
A pesar de esta reapertura, la gran metrópolis global dista mucho de ser la que era en la pre pandemia. No hay turistas, no hay teatros, ni conciertos, numerosos establecimientos no han levantado todavía la persiana y tal vez muchos no lo harán nunca, víctimas del estropicio económico causado por el virus.
El Nueva York de este junio no es el que era a principios de marzo. Ni de lejos. Times Square era un lugar semivacío el viernes a la caída de la tarde, tras haber sido uno de los cruces más transitados del planeta. Esa sensación de soledad también se percibía en el Soho o en zonas de Chelsea.
No hay visitantes. Una gran cantidad de neoyorquinos están fuera. La situación no ha hecho más que poner en primera línea las miserias.
Cifras preocupantes
La Gran Manzana registra niveles de violencia armada que se remontan a los años 90.
“Percibo una sensación de agresividad que no había experimentado en los últimos años”, asegura Roxane, con trabajo en el distrito de la moda.
Algunos sostienen que este Nueva York evoca, sin embargo, al de junio de 1996. En las cuatro semanas de este mes, que arrancó con dos noches consecutivas de saqueos a comercios, se han registrado 135 tiroteos que han causado 140 muertos, 35 más que en idéntico periodo del 2019.
Hay que remontarse a los años noventa para dar con unas cifras de criminalidad semejantes, después de un par de décadas en que la ciudad había logrado récords de baja delincuencia.
En estos dos últimos fines de semana se ha contabilizado un elevado número de casos.
Un ejemplo. Un hombre con peluca y gabardina, armado con un rifle estilo AR-15, disparó sobre dos personas sentadas en la escalinata de una vivienda de la avenida Van Siclen, en Brooklyn. Las dos fallecieron en el acto. La policía recuperó una veintena de casquillos en la escena. Este fue el asunto más trágico en un margen de 14 horas, en el que 17 ciudadanos resultaron heridos –dos de manera grave– en una docena de incidentes.
Así se sigue la pauta sangrienta del anterior fin de semana, cuando hubo 38 heridos en 72 horas. Ese periodo concluyó con la muerte en Brownsville (también en Brooklyn) de un hombre de 46 años, emboscado en el vestíbulo de su edificio.
“No vamos a regresar a los malos tiempos en que había mucha violencia en la ciudad”, replicó Bill de Blasio. El alcalde decidió poner más policías en las calles, sin renunciar a reformar la manera de actuar de los agentes.
No son pocos los vecinos de estas zonas más afectadas que relacionan este incremento de los tiroteos con las manifestaciones contra la policía, que no han dejado de producirse desde que el pasado 25 de mayo falleció George Floyd en Minneapolis estando bajo custodia de varios agentes.
¿Quién trae los cohetes?
Corren bulos según los cuales el Gobierno trata de crear caos llenando la ciudad de petardos
En estos momentos, centenares de activistas acampan en el parque junto al Ayuntamiento neoyorquino. Reclaman que se retiren 1.000 de los 6.000 millones del presupuesto de la policía, y se destinen a asuntos sociales. Piensan estar ahí hasta al menos este martes, fecha límite para el presupuesto.
El ruido de las calles habría influido en la moral de los agentes, o bien estaría causando un desinterés en su eficacia. El jefe del cuerpo, Dermot O’Shea, desmanteló un grupo de policías de paisano, que se infiltraban en áreas conflictivas. Hubo quejas de los vecinos por su actuación y su gatillo demasiado fácil.
Expertos policiales también vinculan el incremento de la violencia con que ahora es más fácil salir bajo fianza y que muchos presos han sido liberados de modo provisional para prevenir la expansión de la Covid-19.
El mayor uso de las armas se vincula también a “la fiebre” provocada por el confinamiento y la llegada del buen tiempo, factor que siempre genera un repunte de violencia.
A todo esto se han sumado las miles de quejas por la plaga pirotécnica de este junio en Nueva York, donde la venta de petardos y cohetes está prohibida.
Teorías conspirativas apuntan que la venta ilegal la instiga el Gobierno de Trump para aumentar el caos en estos momentos difíciles. Hay otra versión: la gente simplemente está aburrida.