POR JULIO MARTINEZ POZO.- Sudán se desangra en una guerra civil que ya cuenta cientos de muertos, pero no es noticia, ora porque a lo largo de su dilatada existencia ha padecido la guerra como normalidad, ora porque África ya no importa para lo que importaba, ora porque el mundo occidental se preocupa muy poco de la cosecha de resentimientos que está levantando en la región de la que salió en homo sapiens, así como entre los países arabo-musulmanes.
La característica común de ese conglomerado es la impotencia, la sensación de humillación y abandono, el sólo ser tomados en cuenta como burros de carga, poseedores de riquezas minerales y de recursos naturales que el mundo civilizado tiene que ayudar a explotar, procurando las mayores tajadas.
Por eso se pueden pasar la vida matándose como lo está haciendo Sudán, y la geopolítica sigue como si no experimentara la menor alteración.
El conflicto se inscribe en la cadena de inestabilidad en la que se envuelve cualquier país que sale de una mano fuerte que haya estado gobernando por mucho tiempo, como ocurrió con el presidente Omar al Bashir, que permaneció en el poder como Trujillo, durante treinta años, haciendo dos cosas: dejando que los fuertes europeos sacaran lo suyo, mientras él y su entorno también se servían a manos llenas.
A Sudán del Sur le pareció que, si centralizaba el manejo de sus recursos mineros, también tendría una élite con mayores privilegios, y ésta persuadió al pueblo de que constituyéndose como nuevo país les iría mejor, y a partir del 2011 son un nuevo Estado.
Los otros sudaneses apostaron el fin de la dictadura y produjeron una revuelta a la que le llamaron revolución que puso fin a las tres décadas de al Bashir, emprendiendo el camino hacia el mandato civil y democrático, pero se han encontrado con dos obstáculos difíciles de vadear: los dos generales a través de cuya división al Bashir sustentaba el equilibrio de su poder: el jefe del ejército, Abdel Fattah al Burhan; y el jefe de una milicia para conflictos exteriores (Yemen, Libia) que formó el dictador bajo el mando del general Mohamed Hamdan Delgado, grupo llamado Fuerza de Apoyo Rápido que también se usaba en tareas internas como la de reprimir manifestaciones opositoras y enfrentar grupos contrarios al régimen.
Cuando los dos generales enemigos se percataron de que los civiles proyectaban un Sudán que fuera prescindiendo paulatinamente de ellos, se pusieron de acuerdo en echar al gobierno civil y lo sustituyeron por una junta de militares, que Europa ni Estados Unidos les aceptan, por lo que tienen que volver a una fórmula que llame de nuevo a los civiles.
Ellos la acogen, lo que no se sabe es quién se sacrifica.
Lo lógico es que la fuerza de sostén sea el ejército regular, pero la fuerza paramilitar no entra en esas de desmovilizarse con más de cien mil hombres, y se han levantado en armas.
Desde luego que el conflicto no se resuelve sin un plan de vida atractivo para la milicia que se pretende desplazar, y sin convencer a los dos generales de que es tiempo que se retiren a disfrutar de sus riquezas.