POR JUAN TAVERAS HERNANDEZ.- El país se despertó con una noticia trágica: el ex senador y ex secretario general del Partido de la Liberación Dominicana, Reinaldo Pared Pérez decidió terminar con su vida pegándose un tiro, acosado probablemente por el cáncer que lo agobiaba manteniéndolo en un estado depresivo severo.
El suicidio es un tema recurrente, sobre todo en estos tiempos en que se ha convertido una de las principales causas de muerte en el mundo. Desde mucho antes de Cristo personajes famosos de la filosofía, la literatura, la política, el cine, la música, la guerra, etc., han decidido terminar con sus vidas acosados por trastornos de la personalidad y otros males relacionados.
Explicar las razones del suicidio ha sido difícil para los científicos que estudian el comportamiento humano. ¿Por qué una persona aparentemente exitosa en la música, la literatura, el cine, el comercio, decide un buen día envenenarse, apuñalarse, lanzarse desde un acantilado, un edificio o un precipicio? Desde la antigua Grecia, el Imperio Romano, egipcio, entre otros, el suicidio ha sido un tema en discusión. Personalidades como Nerón, Cleopatra, Demóstenes, Seneca, Ernest Hemingway, Robin Williams, Alfonsina Storni, Virginia Woolf, entre muchos otros con nombres sonoros y otros sin nombres, pero que yacen igual en sus tumbas frías ignorados por la historia, se han matado.
Me he preguntado ¿cómo una mujer que le escribió a la vida tan hermosa y maravillosamente como Violeta Parra (“Gracias a la Vida”) un buen día se pega un tiro? ¿Cómo Whitney Houston, dueña de una voz prodigiosa termina con su existencia miserablemente? Los ejemplos sobran.
Algunos filósofos de la antigüedad, como Platón que se oponía, pero lo justificaba en determinadas circunstancias como una enfermedad terrible, incurable, una condena del Estado o una situación que no tiene solución. El escritor colombiano José María Vargas Vila decía, “cuando la vida es un martirio el suicidio es un deber”. Frase lapidaria y fatalista que no le deja espacio a la existencia.
La muerte violenta de don Antonio Guzmán Fernández me dejó devastado. Jamás pensé que un hombre fuerte, presidente de la República, 43 días antes de terminar su mandato decidiera darse un balazo y terminar así una vida llena de satisfacciones personales, con una esposa y una familia ejemplares.
Esta mañana al abrir los periódicos y ver las redes sociales me entero de la muerte de Reinaldo. Juro que no lo creí, pensé era una noticia falsa de la que ocurren todos los días. Pero no, era cierto. Reinaldo Pared Pérez, que padecía de un cáncer de los que no dan muchas esperanzas, tomó su pistola y se dio un tiro. ¡Wao! Jamás pensé que Rey pudiera acabar con su vida de ese modo. Confieso que no. El Reinaldo que traté durante muchos años era “duro de matar”, combativo, persuasivo, bien formado políticamente, defensor a rajatablas de sus ideas. Tal parece que la depresión fue minando sus fuerzas interiores hasta dejarlo sin ganas de seguir luchando contra el cáncer. Y decidió ponerle fin al sufrimiento, a la agonía, dejando a su esposa, hijos, hermanos, amigos y demás en la desolación, hundidos en la tristeza y preguntándose en un mar de llanto, ¿por qué? Sin encontrar respuesta que alivie el dolor.
El suicidio no es una acción propia de cobardes o de valientes. No tiene nada que ver con una cosa, con la otra. Es producto de un estado de ánimo, de un trastorno en la personalidad, de una enfermedad que se llama depresión contra la que es muy difícil luchar. Así lo creo sin ser experto en la materia. Y sin pretenderlo.
Lamento mucho la muerte trágica de Reinaldo. Estuvimos separados políticamente, pero unidos en el buen gusto, por la vida y por la música. Lo seguiré recordando con la canción “Dame el otoño” de Amaury Pérez, que tanto le gustaba; siempre me la solicitaba, incluso desde Los Mogotes, en el programa Las Favoritas de Juan T H. ¡Descansa en paz, viejo amigo!