POR CRISTHIAN JIMENEZ.- Los homicidios de Donaly y Esmeralda dejan innúmeras lecciones a una sociedad abrumada por la violencia.
La educación, paradójicamente en lo que más invertimos recursos presupuestarios, figura en el fondo de esta desgracia nacional en ámbitos diferentes.
Urge un verdadero compromiso del liderazgo nacional para profundizar una reforma policial que reclama recursos y tiempo y el coraje y responsabilidad para establecer la educación sexual en las escuelas al margen de creencias religiosas.
La muerte de un niño de 11 años a manos de un policía no es óbice para la desesperanza o el abandono de la reforma de la institución, sino un elemento que eleve la comprensión de que hay que continuar en una cerrera de mil obstáculos, terreno dinamitado por intereses diversos, algunos insospechados, y con profundas huellas culturales. ¿Quién dijo que sería fácil y en breve tiempo?
Se precisa que el presidente Abinader fuerce la armonización para cortar intrigas desestimulantes que pudieran provocar deserciones y que ralentizan los trabajos.
Es vital replantearse el atajo de las ejecuciones policiales (advertí que es el fracaso de cualquier reforma seria), porque genera un ambiente en ante cualquier inseguridad o temor, un agente acude a disparar su arma como ocurrió en el desfile del carnaval de Santiago.
Claro, la extemporánea campaña electoral desayuda, debido a que en la lógica de estos combates, “lo que afecta a mi adversario, me conviene”. Desastroso.
En el caso de la educación sexual, los políticos temen al rechazo de las iglesias que solo admiten “educación en valores” y que ven la formación integral, como supuesto estímulo al inicio temprano de relaciones carnales.
Contrario a colegas, no culpo a las iglesias que se mantienen en su dogma sino a la cobardía y oportunismo de los políticos que rehúyen la ejecución de mandatos constitucionales en políticas públicas por posibles daños electorales. Voto por políticos; no por curas.
La carencia de formación e información adecuada hace más vulnerable a los adolescentes, con el agravante de padres y madres que evitan el tema con sus hijos por el peso de la formación cultural con fuerte acento cristiano. Sustituyen otros muchachos desinformados y ahora videos en redes con distorsiones enormes.
Los religiosos objetan la masturbación, los condones, las pastillas preventivas, las “del día después” y se cierran en la absurda ilusión de que “si hay educación en valores” esperarán el matrimonio para tener sexo. Claro, las hormonas ignoran eso y luego embarazos no deseados, que nos hacen líderes en la región y que refuerza el círculo vicioso de la miseria (muchachos pariendo muchachos)
Y cuando llegan los embarazos, no se pueden interrumpir, aunque la vida de la chica corra peligro, haya malformación congénita incompatible con la vida o sean fruto de la una violación. Ahí entra la misoginia y la revictimización. Ellas y solo ellas son las culpables y el cristianismo nos recuerda la vinculación del pecado original con la mujer.
En el caso de Esmeralda, un profesor busca a otro adulto para ir a la playa de noche con cuatro menores, dos de 17 años y dos de 16 años, para concluir en una violación con comprobados rasgos violentos, según la autopsia. Inexcusable comportamiento, pero circularon videos y fotos en redes que por ignorancia o morbosidad hacían recaer responsabilidades en la víctima.
Avergüenzan muchos relatos irresponsables hasta de medios convencionales y de periodistas de formación en medios electrónicos, tratando de ganar adhesiones.
Hay que insistir en mejorar el tratamiento a las víctimas desde los medios de comunicación y crear conciencia en que hay límites que tienen que ver con la integridad de las personas.