POR NARCISO ISA CONDE.- Los países no deberían ni ofertarse ni venderse. “Marca País” es un invento con esos fines en el contexto de un ominoso proceso de mercantilización y degradación de la propiedad pública, la salud, la educación, las pandemias, la cultura, el arte, el deporte, el sexo, la diversión, el agua, la naturaleza, los seres humanos (incluidos menores y mujeres) y la política; agravadas en esta fase de decadencia progresiva del capitalismo imperialista occidental.
Marca país es una manera de poner en venta la nación dominicana con muchos adornos culturales atractivos. Es un proyecto de Estado y clase dominante operado por figuras de las élites empresariales y sus respectivos grupos de poder, todos con fuerte incidencia en el turismo y el resto de la economía. Viene de atrás, del gobierno anterior, pero ahora con mucho show en tres espectáculos.
El segundo espectáculo se le dañó con la estafa en torno a un logo plagiado y de mal gusto. El más reciente incluyó la designación de Juan Luis Guerra como Embajador Honorario de un país convertido oficialmente en “marca” por el propio presidente Abinader, el ministro de Turismo y la dirigente empresarial Ligia Bonetti, con lo que se persigue utilizar su talento artístico y su fama para ofertar nuestro país al mundo lo más adornado posible.
Para esos cuestionables fines mercantiles, la selección -que de seguro será complementada con grandes figuras del deporte y otros valores culturales- fue acertada. Juan Luis es admirable como músico, compositor, poeta y cantor. Es una joya. Pero es al mismo tiempo una especie de diamante enlodado por una política y una economía manipuladas por el poder del capital y las élites sociales. Juan Luis ya no es el artista comprometido con las mejores causas de la humanidad en los albores de su fama.
Cambió su opción por los/as empobrecidos/as por las cómodas imposiciones y banalidades que emanan de los fabulosos negocios de las disqueras gusanas de Miami, de las relaciones armónicas con los ricachones y las derechas del patio y del imperio, y la acumulación ilimitada de fortuna personal.
En esa pendiente llegó al extremo de unirse a los artistas más reaccionarios del continente para contribuir con los planes imperialistas de invadir a la Venezuela soberana y respaldar a Guaidó; haciéndole el juego al aporte sucio y sedicioso del estado-terrorista colombiano a la administración neofascista de Donald Trump. ¡Resalta el contraste con la manera como el Pibe Maradona administró dignamente su fama planetaria! ¡Resalta la victoria de los pueblos de España contra un intento similar! Imitemos esos magníficos ejemplos.