POR LEONEL FERNANDEZ.- En conversaciones con el Rey de Jordania, Abdallah bin Al-Hussein (Abdalá II), a finales del 2012, con motivo de una visita a su país, le preguntaba sobre las posibilidades de alcanzar una paz duradera entre Israel y los países árabes. Su respuesta fue clara y simple. Me manifestó que en la región no habría paz si se olvidaba el problema palestino, relativo a los territorios ocupados y al ejercicio de su derecho a la autodeterminación.
En aquel momento, hace ya más de una década, el tema palestino prácticamente había desaparecido de la primera plana de los diarios internacionales. En su lugar, surgieron otros tópicos noticiosos como la Primavera Árabe, la pandemia del Covid-19 y la guerra de Rusia en Ucrania. En realidad, lo que volvió a colocar el tema palestino en la agenda internacional fue el ataque lanzado a Israel el 7 de octubre del 2023, por un grupo de milicianos palestinos liderado por Hamas.
El ataque, desde la Franja de Gaza, realizado durante la celebración de unas festividades, sorprendió a los servicios de inteligencia de Israel, dejando un saldo de 1,139 muertos, entre civiles y militares, así como 251 rehenes.
A partir de ahí, el infierno se ha desatado sobre la población de Gaza. En retaliación, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), a través del uso de tanques e infanterías, respaldados por bombardeos aéreos y marítimos, han provocado, hasta ahora, la muerte de más de 56 mil palestinos, entre ellos niños, mujeres y ancianos. Con su acción, Hamas logró su objetivo de volver a colocar en primer plano el drama palestino, pero a un costo humano más allá del que había podido prever.
Escalamiento del conflicto A decir verdad, no existe una sola causa que explique el espeluznante ataque de Hamas. Desde el 2007, Israel había mantenido un bloqueo sobre la Franja de Gaza, lo cual provocó una grave crisis humanitaria que desencadenó en una situación de pobreza extrema.
Meses antes del ataque de 2023, Israel también condujo varias operaciones militares y redadas en Cisjordania que generaron muertes, confrontaciones y detenciones masivas con militantes palestinos. Con su ataque, Hamas se proponía interrumpir un acuerdo de normalización de Israel con Arabia Saudita, el cual aislaría aún más la causa palestina, sobre todo porque era realizado con uno de los países árabes históricamente más solidarios con los palestinos.
Aunque el grupo de milicianos ha conquistado su objetivo de volver a colocar el tema palestino en la atención mundial, ha sido a un costo humano tan alto que se discute si su acción no fue, acaso, un grave error táctico y estratégico.
Frente a lo ocurrido, lo que se percibe es que las fuerzas israelíes han reaccionado de manera desproporcionada, realizando una especie de limpieza étnica que facilite nuevos asentamientos de colonos judíos en los territorios ocupados, afectando más severamente al pueblo palestino. Al obrar de esa manera, a través de Benjamín Netanyahu, cuyo liderazgo se encontraba en caída libre antes de los ataques del 7 de octubre, la extrema derecha, compuesta por grupos ortodoxos y de supremacía israelí, ha logrado consolidarse como la fuerza política mayoritaria en Israel. Diplomacia para la paz
Desde la resolución de Naciones Unidas de 1948, que estableció la partición de Palestina y la creación del Estado de Israel, el conflicto no había sido solo entre dos países, sino entre Israel y los Estados árabes del Medio Oriente. Países como Egipto, Siria y Jordania habían sostenido guerras contra Israel por el tema palestino; y otros, como el Líbano, Iraq, Argelia, Marruecos, Yemen y Arabia Saudita, habían cooperado a la causa palestina con armas y financiamiento. Durante las tres décadas siguientes a la resolución de Naciones Unidas, el conflicto de Israel con los Estados árabes alcanzaba una dimensión superior a la que tenía con los palestinos.
Eso, empero, estuvo cambiando debido a acuerdos bilaterales de paz entre varios países árabes e Israel que ignoraban la causa palestina.
Un punto de inflexión en el conflicto árabe-israelí fue el triunfo de la Revolución Islámica de Irán en 1979, por parte del Ayatolá Ruhollah Khomeini, que levantó la bandera de la causa palestina como una de sus prioridades de política exterior. Irán, de la rama de los chiitas, apoyó, entrenó y financió a grupos como Hamas en Palestina y Hezbolá en el Líbano. Intentaba erigirse en el líder del mundo musulmán, en oposición a Arabia Saudita, de la rama de los suníes.
Luego de los Acuerdos de Oslo, en 1993, más países árabes, como los Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Baréin y Sudán, firmaron acuerdos de normalización con Israel, dejando marginada a Palestina. Con los Acuerdos de Abraham, promovidos por el presidente Donald Trump durante su primer período de gobierno, en el 2020, se amplió el número de países árabes con relaciones diplomáticas formales con Israel.
Como bien previó el rey de Jordania, en nuestra conversación, al ir quedando Palestina en el olvido, las posibilidades de alcanzar una paz duradera en el Medio Oriente se alejaban. En medio del actual conflicto bélico, los grupos de Hamas y Hezbolá han sido diezmados por las fuerzas israelíes.
Irán, por su parte, se ha visto tan debilitado que ha sido atacado directamente por Israel y luego por los Estados Unidos, que procura destruir las bases iraníes de enriquecimiento de uranio para impedir la fabricación de armas nucleares. Luego de sus ataques, el gobierno de Donald Trump ha pedido un cese al fuego.
Rusia, por su lado, ha reaccionado advirtiendo sobre una posible tercera guerra mundial y China, a su vez, ha hecho un llamado de oposición al escalamiento del conflicto que está teniendo lugar en el Medio Oriente. Tras haber llegado al clímax de la conflictividad, ha llegado el momento de que, a través de la diplomacia, el diálogo y la concertación, se le aplique un torniquete a la hemorragia que pone en peligro la paz mundial. Más aún, que el derecho de los palestinos a la soberanía y la autodeterminación pueda encontrar un punto de equilibrio con la necesidad de seguridad que reclama Israel.