POR JULIO MARTINEZ POZO.- Cuando Henry Kissinger, en “La Diplomacia”, se refiere a mandatarios que “han llegado a la cumbre del poder por unas cualidades que no siempre son las necesarias para gobernar y son aún menos apropiadas para edificar un orden internacional”, no estaba hablando de Donald Trump, que nadie imaginaba que se elevaría a ese pedestal, pero la referencia le aplica a la perfección.
El pésimo manejo que ha tenido de la pandemia de Covid 19, que ha colocado su país en el liderazgo de los contagios, que se aproximan a los dos millones, y de las muertes, más de 109 mil, no se encuentran dentro de ninguna de las dos características por las que se han diferenciado los presidentes estadounidenses, que unos han entendido que priorizando hacia las politicas internas Estados Unidos puede impactar a nivel internacional como faro emulante por la calidad de su democracia y la prosperidad de sus ciudadanos, mientras otros han considerado entre sus deberes sagrados que la nación haga prevalecer sus valores imponiéndolos donde fuera necesario con su poderío militar.
Con la pandemia no hay nada que admirar o emular el manejo interno, y, la colaboración internacional ha sido la de un país muy distanciado del liderazgo exhibido frente a otros acontecimientos, por el contrario se ha comportado como un país egoísta. Pero aunque Trump personalice el evidente declive del liderazgo de los Estados Unidos, no es su forjador, como tampoco lo es el de los abusos raciales que cada cierto tiempo revolotean la convivencia armoniosa en esa sociedad.
El es fruto de los enconos de una sociedad que se sabe cada vez más pobre y con menos oportunidades, y que cree, que cambiando a los presidentes, y no al sistema extractivo que sólo enriquece en forma astronómica al uno por ciento de la población, van a verificar las mejorías que esperan, pero la fiebre no está en la sábana.
Produjeron el acontecimiento más esperanzador que haya recibido el mundo en el plano electoral, la escogencia de un primer presidente negro, lo que se entendía que marcaba el fin de la discriminación y de la exclusión de los afroamericanos, pero no ocurrió nada diferente a lo que había antes y lo que siguió después. Si con George Bush hijo hubo abusos policiales como el que se cometió contra el negro Rodney King, con Obama fueron más frecuentes: Trayvon Martin y Michel Brown, dos ejemplos, y posterior, con Trump, Eric Garner y George Floyd.
Trump buscó explicaciones básicas al descontento de los trabajadores estadounidenses que son a la vez el gran universo de su clase media, y, sobre todo, los blancos se indentificaron con sus explicaciones que se reducían a tres consideraciones: regresaría los empleos que las propias empresas norteamericanas se habían llevado a otros lugares; controlaría la migración que les estaba arrebatando oportunidades y dañando sus costumbres, y renegociaría los acuerdos comerciales buscando mayores ventajas para los Estados Unidos.
En el plano económico, las cosas siguieron mal, pero la gente las percibía distintas porque le estaba llegando más dinero a los bolsillos, pero la pandemia lo ha derribado todo y ha expuesto la vieja realidad.
EL AUTOR ES PERIODISTA