Mientras los casos de coronavirus en Brasil se van multiplicando, el presidente Jair Bolsonaro rechaza cualquier responsabilidad por la crisis de salud y culpa a alcaldes, gobernadores, a un ministro de salud saliente y a los medios de comunicación.
En contraste, se retrata a sí mismo como un paladín avezado dispuesto a defender una idea impopular: que suspender las actividades económicas para controlar la pandemia de COVID-19 causará más sufrimiento a la larga que permitir que la enfermedad siga su curso. Y la negativa de los gobernadores a atender su decreto que autoriza la apertura de los gimnasios, afirma, raya en el autoritarismo.
Cuando le hicieron notar que la cifra de muertes en Brasil superaba a la de China, fingió impotencia: “No hago milagros. ¿Qué quieren que haga?” Y ante las restricciones impuestas por Estados Unidos a los viajeros procedentes del país sudamericano a causa de la propagación del COVID-19, uno de sus asesores señaló que era histeria de la prensa.
Desde que comenzó el brote, el mandatario brasileño ha evitado reconocer los posibles efectos de sus acciones, particularmente el de socavar las recomendaciones de las autoridades locales para que la gente evite salir de casa. A mediados de abril hizo una inusual excepción.
“Reanudar el comercio es un riesgo que corro porque, si (la epidemia) empeora, entonces la responsabilidad recae sobre mí”, comentó.
Menos de dos semanas después, cuando la cifra de muertes a causa del coronavirus en Brasil superó las 5.000, Bolsonaro dijo a los reporteros: “No van a echarme a mí la responsabilidad de esta cifra que no es mía”.
Casi un mes después, la cifra de muertes en el país se ha incrementado a 23.473, y sigue creciendo.
El Supremo Tribunal Federal determinó que los estados y ciudades tienen jurisdicción para imponer medidas de confinamiento. Ante ello, Bolsonaro caminó decididamente el 7 de mayo a través de la Plaza de los Tres Poderes de la capital hacia el máximo tribunal, acompañado por un grupo de ministros y líderes empresariales, y exigió que se suavicen las restricciones locales.
“Algunos estados fueron demasiado lejos en sus medidas de restricción, y las consecuencias están llamando a nuestra puerta”, afirmó, e hizo notar que decenas de millones de brasileños han perdido sus ingresos.
Cuando los gobernadores desafiaron el decreto posterior de Bolsonaro para permitir a gimnasios, barberías y salones de belleza operar como servicios esenciales, los acusó de socavar el estado de derecho e insinuó que ello conduciría al “surgimiento de un autoritarismo indeseable en Brasil”.
El sábado por la noche, Bolsonaro salió a las calles de la capital Brasilia para predicar con el ejemplo, en esta ocasión comiendo un hot dog que le compró a un vendedor ambulante. El video que publicó en Facebook muestra a simpatizantes tomándose selfies con el mandatario y llamándolo por su apodo “Mito”, mientras las personas confinadas en los apartamentos de los alrededores golpeaban ollas y sartenes en protesta.
Una encuesta realizada el 17 y 18 de mayo por XP/Ipespe encontró que el 58% de los entrevistados evaluó la respuesta de Bolsonaro a la pandemia como mala o terrible, y únicamente el 21% la consideró buena o excelente. Los gobernadores recibieron más del doble de aprobación en ambos conteos. La encuesta tenía un margen de error de 3,2 puntos porcentuales.
Brasil, el país más grande de Latinoamérica y con 211 millones de habitantes, tiene la segunda mayor cantidad de casos confirmados de coronavirus a nivel mundial con 375.000, tan sólo detrás de Estados Unidos, y los expertos dicen que esa cantidad está muy por debajo de la real debido a que no se han aplicado suficientes pruebas. En tanto, la presión sobre los hospitales los ha puesto al borde del colapso en múltiples estados, lo que impide que algunos pacientes reciban tratamiento.
Hay caos y dolor por la falta de liderazgo, de acuerdo con Miguel Lago, director ejecutivo del Instituto de Estudios para Políticas de Salud de Brasil, el cual asesora a las autoridades de salud pública. Dos ministros de salud han dejado el cargo durante la pandemia, convirtiendo a Brasil en la única nación del mundo que puede reclamar tal distinción, señaló.
Brasil es “completamente incapaz de lidiar y responder a esta crisis como debería responderse, con un liderazgo total, mensajes claros, estabilidad política y unidad”, dijo Lago. “Ese no es el caso aquí. Básicamente, lo que estamos viendo es una absoluta falta de seriedad y competencia”.
El presidente despidió a su primer ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, por apoyar las restricciones de los gobernadores. En su discurso de salida, Mandetta se refirió a Bolsonaro en lo que posteriormente confirmó a la revista Época que fue una alusión al libro “La Peste” de Albert Camus. La novela sobre una ciudad infectada incluye un fragmento que dice que aquellos que no creían en la peste fueron los primeros en morir porque no tomaron precauciones.
El segundo ministro de Bolsonaro, Nelson Teich, renunció aproximadamente un mes después luego de que mostró abiertamente su desacuerdo con el mandatario sobre la cloroquina, predecesor de un medicamento contra el paludismo promovido por el presidente estadounidense Donald Trump como un tratamiento viable para el COVID-19. Durante su mandato de 17 meses, Bolsonaro ha expresado en varias ocasiones su admiración por Trump y por Estados Unidos.
Trump tendría que despedir al principal experto de su gobierno sobre el virus y al sucesor del experto, acudir a mítines para oponerse a las medidas contra la pandemia y ampliar el tratamiento con cloroquina “para acercarse al nivel de incompetencia ante la crisis” mostrado por Bolsonaro, dijo en Twitter este mes Ian Bremmer, presidente del Eurasia Group, un organismo de consultoría política.
Semanas después de elogiar la cloroquina y ordenarle al ejército que aumentara la producción, Bolsonaro reconoció la semana pasada que no existe evidencia científica de su efectividad, pero señaló que la nación está “en guerra” y que es mejor pelear y perder que no pelear en absoluto. El país aún tiene un ministro de salud interino: un general sin experiencia en el sector hasta antes de abril.
En la capital el domingo, simpatizantes de Bolsonaro organizaron una pequeña manifestación frente al palacio presidencial, tal como lo han hecho durante varias semanas. El mandatario se les unió y una vez más alzó a niños en sus brazos.
El presidente publicó un video tomado por un helicóptero que sobrevoló la manifestación, en el cual podía verse que la plaza estaba escasamente ocupada. Asistieron quizás unas 1.000 personas en una ciudad de 3 millones de habitantes. En un letrero se podía leer: “¡Los confinamientos matan más que el virus chino!”
Ese mismo día, Trump prohibió la entrada a Estados Unidos a extranjeros procedentes de Brasil. El presidente estadounidense ya había prohibido el ingreso a algunos viajeros de China, Gran Bretaña, Irlanda, otros países europeos y, en menor medida, de Irán. No ha impuesto una prohibición a personas procedentes de Rusia, que tiene la tercera mayor cantidad de infecciones a nivel mundial.
Filipe Martins, asesor especial de asuntos internacionales de Bolsonaro, tuiteó que las restricciones se debían a que el país sudamericano tiene una población muy grande.
“No hay nada específico contra Brasil. Ignoren la histeria de la prensa”, afirmó. Bolsonaro compartió el comentario de Martins en las redes sociales, pero no ha dicho nada al respecto.
Al salir de la residencia presidencial el lunes por la mañana, Bolsonaro rechazó responder las preguntas de los reporteros. Una simpatizante captó su atención y le rogó que lance una enorme campaña para mejorar su imagen negativa en el extranjero.
“La prensa global es izquierdista”, le dijo el mandatario, y luego estiró el brazo para señalar a los periodistas.
Después de que se subió a su auto, sus partidarios se dirigieron a los reporteros, llamándolos “basura” y “comunistas”, y haciéndoles gestos obscenos y amenazas.
AP