Población haitiana se afianza en Elías Piña

A las poblaciones dominicanas emplazadas a lo largo del cordón fronterizo, entre estas Elías Pina, les esperan tiempos difíciles de persistir la rápida expansión de masivos asentamientos haitianos en las tierras ancestrales donde nacieron, levantaron sus casitas, cultivaron la tierra, criaron sus hijos y juraron seguir aquí, hasta el fin de sus vidas.

Pero, con todo el pesar que esto implica, esas pretensiones están corriendo en la línea de riesgos.

La mayoría de dominicanos desconoce, por ejemplo, que en torno a varios costados de Comendador, la ciudad capital de Elías Pina, se han formado cuatro asentamientos haitianos que ya rodean espacios habitados por una gran masa de familias locales.

En cada uno de estos lugares se producen, diariamente, una cadena de sucesos que trastornan toda forma de vida pacifica y de convivencia entre los vecindarios.

Esto es solo una parte de casos más complejos que pesan sobre esta población, justo cuando se está produciendo una de las más continuas y agitadas olas de migración ilegal hacia territorito nacional, una alocada carrera en forma de “entra y quédate” que malogra todo lo construido en estos territorios durante siglos de armonía y coexistencia social .

No hay formas de impedir que ingresen al país a través de la frontera de Elías Piña. Y el caso de los repatriados, estos, simplemente, “dan la vuelta” y retornan al mismo lugar.

Una vuelta por los peligrosos asentamientos de Galindo, Mingo El Berraco, La Antena y La Gallera es suficiente para entender lo que ocurre en los cuatro cuadrantes geográfico de la ciudad.

No solo hay problemas en Jimaní. Elías Pina sufre similares efectos de este fenómeno llegado como “golpe de final” a la siempre amenazada identidad nacional.

Son miles los haitianos que dominan estos lugares y esparcen sus costumbres, practican sus forma violentas de vida y atemorizan a los ciudadanos locales en cualquier espacio público o privado.

El parque Central de Comendador es ocupado, desde muy temprano de la mañana, por menores, adolescentes y adultos que venden, desde alcohol adulterado hasta droga y prostitución, esto último por chicas y adultas que ofertan todo hasta por 50 y 100 pesos.

En este parque conversé en inglés con un joven que trataba de venderme un líquido extraño en una botella plástica, y me confesó que vendía cualquier cosa.

Otro me garantizó que si venía de noche al parque podía conseguir una menor prostituta, haitiana, que aceptaría en monedas “lo que tú le des”.

Luego, mientras mi compañero fotógrafo, José Alberto Maldonado, le caía atrás a varias unidades llenas de haitianos para fines de repatriación, me quedé en el parque de “Los Vagos”, también llenó de haitianos. Muchos trabajan de motoconchistas aquí, pero nadie les toca.

Roban y atracan de día y noche. Hay machos rateros, violadores y matones. Siempre agresivos. Hasta los niños dominicanos tienen miedo de ellos.

Me lo reveló el niño “X”, un pequeño que lustró mis zapatos y habló como un experto sobre los peligros que viven en su comunidad. Revelo esto aquí: ese mismo chico, si no actúo a tiempo, lo golpea y, quizá, mata el “grandulote” haitiano al niño enojado por éste haberme advierto no regalarle dinero, porque “se lo fumará de marihuana”.

Con 10 pesos dominicanos, evité una desgracia.

Eso era lo único que quería el haitiano agresor: Diez pesos.

GUILLERMO PEREZ

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