POR CRISTHIAN JIMENEZ.- “Barbacue no es delincuente; él ayuda al pueblo”, me espetó el coquero haitiano cuando adjetivaba al bandolero que controla territorios y ámbitos económicos en Haití y que es vinculado a masacres abominables.
Intentaba la empatía con el vendedor ambulante mientras él acariciaba el coco con su afilado machete, pero me sorprendió su defensa del expolicía y jefe de banda armada Jimmy Cherizier.
Acusó al “gobierno” del primero ministro Ariel Henry de abusar del pueblo haitiano y de imposibilitar el acceso a los combustibles, alimentos y salud.
“Roban y compran apartamentos por allí”, sentenció, mientras apuntaba el machete a los edificios de la avenida Anacaona.
Barbecue se ha vendido como un “salvador” comunitario, mientras su poderío ha crecido, al igual que líderes de otras bandas que asolan Haití, lo que ha provocado una peligrosa situación de violencia que presiona flujos migratorios que amenazan la región. Criminales populistas, articulados con élites empresariales y políticas adversas a Henry, confunden a los de aquí y a los de allá.
Los persistentes reclamos de República Dominicana en todos los escenarios internacionales para que la comunidad apoye al pueblo haitiano, el aumento de las masacres, violaciones de mujeres y saqueos, la huida de representaciones diplomáticas y la reaparición del temible cólera han despertado a una huidiza e irresponsable comunidad internacional que teoriza en OEA y ONU sin definir decisiones.
Se vislumbran medidas, quizás vencidas las vacilaciones por el reclamo formal del primer ministro Ariel Henry y su consejo de ministros de apoyo internacional para el “despliegue inmediato de una fuerza armada especializada”.
Hay grupos e intelectuales en Haití, empero, que cuestionan la legitimidad de Henry y rechazan su petición de intervención externa, e incluso le acusan de usar las bandas violentas para generar un ambiente que le permita mantenerse en el poder con ayuda internacional.
El plan sería, bueno lo que se explica como la ruta de pacificación, es desmantelar las bandas y apresamientos de cabecillas, reactivación y normalización de la actividad económica, educativa y sanitarias y crear las condiciones para en el mediano plazo intentar montar unas elecciones democráticas. Suena hermoso, pero los escollos son inmensos.
La ONU viene de un descomunal fracaso en Haití, que a propósito de la vuelta del cólera, fue lo único que dejó allí en 2010 a través de sus soldados, sin asumir responsabilidades por los daños.
¿Cómo sería esa “fuerza armada especializada”? ¿Quiénes la integrarían y solventarían económicamente? El demonio está en los detalles.
Haití tiene una insuficiente e incompetente fuerza policial y República Dominicana no puede involucrarse por “razones históricas”, como refirió ayer el presidente Luis Abinader en un encuentro en Dajabón en el que anunció la adquisición de equipos modernos, de última generación para la seguridad y control fronterizos. Dijo que el país solo puede ofrecer apoyo diplomático y rechazó posibilidades de asilo para haitianos desplazados.
Los 7 mil efectivos militares de la llamada misión estabilizadora de la ONU en 2004 pertenecían a Bolivia, Argentina, Brasil, Canadá, Colombia, Croacia, Ecuador, España, Estados Unidos, Pakistán, Nepal, entre otros. A soldados de este último país, ubicado en Asia del Sur se le atribuyó la responsabilidad de transmitir el cólera en Haití. Más de 800 mil contagios y diez mil muertos, mal contados, mientras que en República Dominicana se reportaron 21 mil casos con 371 defunciones, no todas confirmadas por pruebas de laboratorio.
Parecería que muchas dudas se despejarán en los próximos con anuncios que provendrían desde la ONU con relación al convulso Haití.
¿Se mantendrán indiferentes y pasivos los “dueños” de los jefes de bandas armadas?
¿intentarían otro magnicidio?