POR JULIO MARTINEZ POZO.- Siete meses después de que Vladimir Vladimirovich Putin declaró su invasión y guerra contra Ucrania, anda muy lejos de lograr el objetivo que se trazó: doblegar a Ucrania para reconfigurar el mapa europeo, agrandando a Rusia y mutilando a la que fuera la segunda gran nación de la Unión Soviética. Por el contrario, increíblemente el poderoso atacante luce a la defensiva perdiendo las últimas batallas.
Su éxito dependía de alcanzar sus metas en corto tiempo, porque de mediano para allá sólo cosecharía fracasos.
Pero Putin no es de dar su brazo a torcer, y ante la disminución de sus posibilidades de victoria, más aspavientos: por eso dispuso la anexión de cuatro provincias ucranianas, entre ellas, una franja clave para mantener la comunicación con Crimea.
Para revestir sus acciones de legitimidad fabricó unos referéndums, que ni siquiera son reconocidos por países hermanados con Rusia, como China , India, y Kazajistán. En un ambiente de guerra se montaron en las zonas del Donetsk,
Luhansk, Kherson y Zaporizhia , que desde luego arrojaron resultados favorables a las fuerzas pro rusas. Basado en esos escrutinios es que ha procedido a declarar a todos los habitantes de esos pueblos como rusos, y ha proclamado oficialmente su afiliación a Rusia. ¿Cambia esa acción el curso de la guerra? Para nada porque lejos de mostrar fortaleza lo que se evidencia es debilidad. Una realidad fáctica como la que Putin quiere imponer con esas anexiones, sólo pueden trazarlas los vencedores, y todo indica que ese no sería el lauro de Rusia.
Ninguno de los pueblos anexados ha preferido a Rusia cuando ha tenido la oportunidad de decidir. Hay que recordar que con el pacto de Brest-Litovsk, subscrito en el apogeo de la primera guerra mundial, Ucrania y esas regiones prefirieron quedar más influenciados por los alemanes que por los soviéticos.
Independientemente de los vínculos culturales e históricos que les unen a Rusia, lo que han dado sobradas muestras es que lo único que les interesa con la nación de sus orígenes son relaciones de colaboración y de respeto.
Lo que debe estar quitándole el sueño a Putin son las consecuencias de la derrota porque tal y como advierte Mar Galeotti en su obra “Una historia breve de Rusia”:
“Una derrota abyecta en la que se suponía que sería una ‘guerrita corta y victoriosa’ contra Japón llevó a la revolución de 1905, cuando la ira popular ante la humillación nacional y las privaciones se combinaron. Una guerra aparentemente interminable, en la cual más y más hombres morían absurdamente sin que se viese la victoria en el horizonte mientras la gente se moría de hambre en la retaguardia, terminó derrocando la dinastía de los Romanov en 1917. Una guerra económica no declarada con Occidente, que cerró la Unión Soviética el acceso al crédito y a las tecnologías que necesitaba para sobrevivir, también acabó derrocando a ese imperio. Putin no debió haber jugado con la historia. La historia siempre gana”.