POR VINICIO CASTILLO SEMAN.- En esta semana que inicia, he querido reproducir este artículo, escrito hace 10 años por mi madre en este periódico. Al leerlo de nuevo, entendí no podía expresar mejor la reflexión de Semana Santa y como homenaje a ella, que físicamente no está con nosotros, pero siempre lo estará en nuestras mentes y corazones.
¿Qué nos pasa?
Por: Sogela Semán de Castillo
Estamos en Semana Santa. Una época muy especial para todos los cristianos donde recordamos el sacrificio de Jesús en la Cruz para la redención de nuestros pecados. Aquella inmolación de su vida fue sin duda la prueba más grande del amor de Dios para nosotros sus hijos, que daría a su unigénito hijo para la salvación del mundo.
En esa Cruz, donde la historia cambió y nuestra vida tomó verdadero sentido, se encierra el hermoso e inmenso amor de Dios por sus hijos. Como cristianos, debemos hacernos el propósito de reflexionar acerca si nos estamos comportando como verdaderos seguidores de Cristo. Tristemente hay muchos signos perturbadores que nos llevan a pensar que no. La humanidad se muestra lejana a la gratitud y a la valoración del don más preciado que Dios nos dio, la vida.
Lo vemos en la terrible descomposición social que nos alarma y nos entristece. Las sociedades están dañándose, perdiendo el sentido. El ser humano se deja llevar por la carne, por las tentaciones que lo envilecen, por los pecados que los turban y los alejan cada vez más de Cristo.
Y es que es una inversión de valores de tal magnitud que lo que importa es la riqueza fácil, la ambición por el tener y tener, no importa a qué precio.
Horroriza ver cómo cada día se desintegran las familias y con ello quedan en la total indefensión la niñez y las juventudes. Vemos cómo por la falta de solidez en valores, de amor y de cuidado esmerado, cada vez más jóvenes comprometen sus vidas con las drogas perdiéndolas en el aquel abismo de soledad y de tristezas. Con aquella enfermedad maldita que es la drogadicción vemos cómo crece la violencia y se producen los crímenes más atroces.
Es una sociedad sin alma, profundamente combatida por antivalores. Una sociedad que sucumbe y cae rendida al pecado que la consume y destruye sin compasión. Ya no hay respeto por la vida. Se vive tan ligeramente, con superficialidad. El apego a lo material, a las riquezas, muchas veces lejos del trabajo esmerado, obtenidas a precio de sangre y degeneración.
Estamos aterrados ante tantos asaltos, crímenes de hijos contra padres y de padres contra hijos, incestos. Mujeres e hijos que mueren de las manos de sus esposos y padres, en fin, un horror.
¿Qué hacer ante tanto dolor? La búsqueda de Dios es la respuesta. En Su Palabra hay vida y dirección. Meditarla y hacerla vida en nosotros nos aleja del pecado, nos guía e ilumina en el camino difícil de la vida. Debemos hacernos cada día un exámen de conciencia para poder enmendar nuestros errores. Pedirle a Dios las fuerzas y la sabiduría para poder limpiar nuestros corazones del odio, del resentimiento. El oído y el resentimiento que solo sabe corroer el alma de quienes los anidan.
De la Mano de Jesús todo es posible. Olvidar las ofensas, perdonar a quienes nos han ofendido. Y es que muchas veces con nuestras propias fuerzas no podemos, es donde debemos pedirle a Dios su corazón y sus ojos para ver con ternura y con compasión aún a aquellos que nos lastiman y jamás pagar el mal con el mal.
Jesús Misericordioso. El murió en aquella Cruz para redimir nuestros pecados; Sin merecerlo, padeció el más espantoso de los sufrimientos, sufrió el dolor de su cuerpo y la más terrible humillación y aún allí en aquella Cruz, al morir crucificado pronunció como sus últimas palabras: “Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen.”
Vayamos pues en busca de Él, ese Dios misericordioso que es el único que nos puede dar amor y paz. Orémosle a Él para que se apiade de nosotros y perdone a su pueblo por haberse alejado tanto de su amor. Para que nos ilumine y con el poder de su Santa Sangre nos ayude a combatir tanta maldad.