POR JULIO MARTINEZ POZO.- No es que la historia sea ajena a los magnicidios (Ulises Heureaux, Ramón Cáceres y Rafael Leónidas Trujillo) le dieron la cara a la muerte en forma violenta en pleno ejercicio del poder; no es que al igual que Haití, conquistáramos nuestra independencia con pueblos harapientos e ignorantes sin preparación para la vida en sociedad.
José Ramón López, de los primeros pensadores dominicanos, sostiene que “cuando conquistamos la independencia no habíamos logrado todavía suficiente preparación. Las ideas eran las mismas prevalecientes en la conquista. Sociedad no lo había en el concepto científico de la palabra. Imperaba todavía una unión gregaria con acentuados lineamientos feudales”.
Nos asemejábamos al vecino país y en términos financieros también había el peso de endeudamientos que tornaban quiméricos los atributos soberanos. La de Haití con Francia, para el reconocimiento de su independencia, y la de la República Dominicana, con una financiera londinense, el odioso préstamo Hartmont, cuyas consecuencias se arrastraron desde la primera República hasta la era de Trujillo.
En ambos países hubo corrientes intelectuales identificadas con el concepto de una mano dura que impusiera orden, disciplina, educación cívica y progreso económico, y ahí fue donde la antigua colonia española sacó ventaja.
Después de las invasiones que propició Estados Unidos en la región en el primer cuarto del siglo pasado, en ambos países se establecieron dictaduras prolongadas y sangrientas, que enriquecieron como a nadie a sus detentadores, pero la de Haití fue sólo eso. La de RD fue un constructo ideológico que basó su justificación en el crecimiento económico y social.
La intelectualidad que por una razón u otra le rodeó, era la portaestandarte del programa de los nacionalistas dominicanos y aplicó dos de sus anhelos básicos para consolidar la obra de los forjadores de la nacionalidad: romper las cadenas financieras a las que el país venía atado desde Hartmont, que le impedían manejar soberanamente sus aduanas, y una clara delimitación fronteriza con Haití, que consolidara el tratado de 1929.
En términos económicos se sentaron las bases del estado moderno y en el plano sanitario se adoptaron una serie de medidas que redujeron la mortalidad, amén de que se levantó una infraestructura hospitalaria, que aún con sus deficiencias, hoy no suple sólo a los dominicanos sino también que más del 30% de sus servicios los brinda a la población haitiana.
Los dominicanos tienen quejas de la democracia, pero ella también les ha dotado de muchas reivindicaciones, como la de acceso gratuito a la salud y la educación, reforzado por un sistema de seguridad social que permite hoy que cualquier trabajador tenga acceso a la medicina privada.
Haití ni heredó progreso de la dictadura ni sabe con qué se come la democracia en la que ha intentado vivir a partir de 1986. El 60% de su población continúa ahogado en la pobreza, que para un 25% es prácticamente inanición.