“El Cambio” sin cambios

POR FEDERICO A. JOVINE.- Eso que ahora en comunicación política llaman “relato”, era lo que los griegos llamaban “discurso”; algo que encuadraba en la retórica, y que esencialmente procuraba persuadir, según el canon aristotélico. Ahora cambia de nombre y se le dice “storytelling”, “narrativa”, “relato”, o cualquier otra denominación chulámbrica que permita facturar más por lo mismo de siempre.
El caso es que, a juzgar por su repliegue defensivo, parecería que el gobierno se quedó sin narrativa, relato o como se le quiera llamar. Si no, cómo explicar el “divareo» discursivo en que se encuentra empantanado hace meses, donde no sólo no tiene capacidad de imponer, sostener y mantener una línea comunicacional, sino que se limita a responder reactivamente cualquier embestida.
No importa que la crítica venga desde la oposición, surja orgánicamente desde la sociedad, o se exprese genuinamente en las redes sociales. La nulidad comunicacional será la norma y la exposición innecesaria del mayor activo comunicacional que tiene este gobierno –el presidente– frente a cualquier problema, será el patrón funcional.
Apenas iniciando el segundo año de su segundo periodo, muchos funcionarios de la nomenclatura partidaria perciben –sottovoce– que queda poco tiempo; apostando con ese derrotismo a la profecía auto cumplida. El “Efecto Abel” se hace presente en el gobierno en sentido inverso (“Aguanta, que falta poco”) y existe un sentimiento generalizado de desánimo y desesperanza; un derrotismo a lo interno del PRM y un exultante (y desproporcionado) triunfalismo en una oposición, que, a la fecha, ni siquiera ha podido unificarse.
Al decidir continuar con todo lo malo y no mejorar lo bueno, el presidente desaprovechó en agosto pasado la posibilidad de relanzar su gobierno y poner el millero en cero. Craso error. Ahora que el tiempo corre en contra, cada día más será un día menos. El temporizador hoy marca 1,194 días y mañana 1,193… Con un funcionariado que, cuando no piensa en quién será el candidato en 2028, piensa cuánto tiempo le queda en el cargo, es poco lo que se puede hacer.
Peor que fracasar con la reforma fiscal en octubre, fue renunciar a la necesidad impostergable de hacerla. Si proyectamos tres años bajo el mismo marco regulatorio, el panorama de la inversión pública luce lúgubre, en el sentido de que, si el gasto de capital está en sus mínimos, no hacer nada al respecto implicará seguir igual hasta 2028.
¿Se puede permitir el gobierno un escenario fiscal desfavorable que límite la inversión pública, reduzca a mínimos históricos la construcción y mantenimiento de obras de infraestructura civil, viales, energéticas, etc.?
O dicho de otra forma, ¿se podrán ganar unas elecciones con un partido dudando, un gabinete desgastado y pocos recursos para hacer todas las obras prometidas?
Tres años es mucho tiempo para cambiar todo lo que no funciona –si hay voluntad de cambio–, pero, de persistir en todos los errores, mayo de 2028 estará a la vuelta de la esquina…