Las mascarillas brillan por su ausencia en las calles
SANTO DOMINGO.- Balancearla con una mano por la tira de ajuste, llevarla debajo de la nariz, colgada de una sola oreja o simplemente no usarla. La mascarilla de uso obligatorio como medida de prevención para evitar contagios por la Covid-19, poco a poco cae en desuso entre amplios sectores de la población por cansancio y descuido.
Haber perdido el temor a un virus que en el país ya se extiende por once meses, una baja en la rigurosidad de las autoridades llamadas a velar por su uso en lugares públicos, el argumento de que a “a mí ya me dio el virus” y el hastío de llevar puesto un objeto que impide respirar con normalidad, son algunas de las razones que llevan a obviar el uso del barbijo.
Lo que se convirtió a principios de la pandemia del nuevo coronavirus en un utensilio tan indispensable, a tal punto que algunos comenzaron a llamarlo de manera irónica “la nueva cédula”, ahora ha pasado a ser algo que muchos llevan sólo “por si acaso me paran en las calles”.
Todavía la medida de llevar puesto el cubrebocas se cumple con rigurosidad en grandes plazas y supermercados, bancos y otros establecimientos comerciales con un flujo considerable de clientes. Sin embargo, en pequeñas empresas y en el día a día en las calles su uso comienza a decaer.
Ya algunos de esos comercios pequeños quitaron incluso el letrero “uso obligatorio de mascarilla” que por tantos meses adornó las puertas de acceso a sus locales.
La inobservancia del distanciamiento físico, un toque de queda más relajado y ahora con más gente circulando sin mascarillas, podría incidir en un aumento de los contagios por Covid-19 que hasta ayer totalizaban 227,714 en el país.
Odalis de la Rosa, propietario del colmado que lleva su apellido, ubicado en el sector Villas Agrícolas de la capital, dijo que dejó de presionar con el uso de mascarillas para entrar a su negocio por el irrespeto de los clientes.
“La gente no le tiene respeto a los colmados porque no tenemos seguridad, entran sin la mascarilla, uno les habla y no hacen caso, siguen como si nada”, dijo el comerciante, quien asegura que tiene mayor dificultad para aplicar esa regla a los inmigrantes haitianos.
“Ellos no obedecen a nadie, para ellos el coronavirus no existe”, indicó De la Rosa, quien al igual que otros dueños de esos negocios apunta que se cansó de exigir el uso de la mascarilla a clientes.
Este reportero entró como si fuera un cliente a una farmacia donde venden gel antibacterial y mascarillas, pero el dependiente no tenía cubrebocas y, cuando se le preguntó por qué no lo usaba, respondió que otro comerciante del lugar “la usaba el día entero y comoquiera se contagió”.
Cansados
En la confluencia de la avenida Duarte con calle París y la 27 de Febrero es notorio entre vendedores y clientes el uso inadecuado de las mascarillas o simplemente no tenerlas puestas.
“Tenerla todo el día cansa”, dijo el vendedor de ropas Leandro Cuevas, quien argumentó a un equipo de LISTÍN DIARIO que trabaja allí de 8:00 de la mañana a 7:00 de la noche, demasiadas horas para llevar una mascarilla puesta.
“Ahora estoy solo, cuando venga gente me la pongo”, manifestó Mario Polanco, otro comerciante que no la llevaba puesta cuando fue abordado por este diario.
Una mujer que se identificó solo como María la tenía colgada de una oreja porque se la retiró un momento para tomar agua, pero pidió excusas y se la colocó correctamente, tras argumentar que siempre ha sido una persona exigente con su uso.
Durante el recorrido por la capital se pudo observar por las ventanillas de un autobús que se dirigía a un sepelio, repleto de personas, a gran parte de sus ocupantes sin mascarillas.
En los negocios improvisados en las vías públicas también cada vez menos personas llevan el utensilio puesto o lo usan de manera displicente, sin importar que desempeñen tareas en que requieren estar cerca unas de otras.
Una vendedora de empanadas que tampoco usaba la mascarilla, precisó que su decisión se debe a que contrajo Covid cuando la pandemia irrumpió en el país en marzo del año pasado. “Estoy inmune”, declaró de manera cortante.
Niño pone el ejemplo
Miguel Ángel, un niño de cinco años que cursa el quinto curso del nivel inicial, esperaba ayer en la acera a que su padre terminara un trabajo de electromecánica sentado en una silla plástica.
A pesar de mantenerse la mayor parte del tiempo aislado, conservó puesta la mascarilla que solo retiró momentáneamente para tomar unos sorbos de agua y rápidamente volvió a colocarla por encima de su nariz.
Su padre Miguel Ángel Polanco declaró a LISTÍN DIARIO que, además de instruirlo en la observación de las medidas preventivas para evitar un contagio por el nuevo coronavirus, también le ha enseñado a su hijo a ser útil, humilde, tolerante y a preocuparse por el bienestar de los demás.
Mascarillas de mala calidad
Vendedores en las calles ofertan mascarillas sin las condiciones para brindar una adecuada protección contra el letal virus, ya que solo funcionan como un simple tapabocas. Sus precios oscilan entre cinco, diez y 50 pesos.
Uno de ellos defendió la calidad de las mascarillas, tipo quirúrgicas, que vendía a cinco pesos la unidad. “Están selladas”, dijo el vendedor sobre el mismo producto que otro ofertó unos minutos antes a diez pesos cada una.
En algunas personas se notó que llevaban mascarillas desechables desgastadas por un uso más allá tiempo del recomendable.
El epidemiólogo José Sehuoerer explicó que con cuidado e higiene una de esas mascarillas puede durar entre uno y tres días, mientras las de tela pueden usarse por más tiempo, siempre y cuando se limpien con regularidad.
El especialista indicó que el uso de la mascarilla “es la mejor vacuna hasta tanto aparezca un biológico confiable y sin ninguna sospecha de duda”.
JUAN SALAZAR