Opinión

Abinader y el fin de mandato

POR CRISTHIAN JIMENEZ.- Cuando es permitida la reelección, el trabajo del primer cuatrienio se centra en garantizar el segundo. Se apuntalan decisiones que cuidan, miman la popularidad de un presidente. La campaña electoral continua, camuflada de respuestas sociales a deudas históricas y se pactan acuerdos hasta con los grupos más insignificantes.

Lograda la permanencia por otros cuatro años, las prioridades y decisiones estratégicas cambian y el enfoque es determinar temprano con quiénes contar como colaboradores internos y externos hasta el final del mandato y cómo salir, circunstancias políticas e institucionales, y a qué figura “dejar” en la poltrona.

El presidente Luis Abinader, apartándose de la tradición de zorrunos y mañosos políticos, optó por dedicar gran parte de su vital tiempo inicial en reformar la Constitución para duplicar “los candados”, asumiendo como legado la eliminación del continuismo presidencial.

Luego de los aplausos iniciales de un amplio segmento de la sociedad, irrumpieron los aspirantes en la escena política sin el menor disimulo, casi celebrando que Abinader escribía con tinta china su fecha de caducidad. Grupos, dirigentes y militantes mudaron rápidamente sus lealtades. Las decisiones del mandatario y sus pretensiones en el Congreso Nacional sobre reformas legales pasaron a ser examinadas bajo el prisma de las aspiraciones presidenciales, sin importar urgencia o necesidad, verbigracia, la frustrada reforma fiscal.

El hecho de que el presidente aplazara indefinidamente el relanzamiento del gobierno, luego de jurar el 16 de agosto último ha agravado esta deriva. Era el momento de marcar el ritmo y de delimitar los tiempos de gerencia y de campaña electoral, infundiendo si no temor, al menos un mínimo de respeto.

Todos los aspirantes están en la tarima y parecería que el tiempo se agotó o queda poco para esa contención de parte de Abinader. La impresión es que se sienten muy seguros ante la debilidad y división de la oposición y no les importaría el éxito de cierre del mandato, ignorando que si la gestión fracasa, el votante no reengancha.

En vez de sumar trabajo y asumir la defensa del gobierno en los temas difíciles, algunos sectores oficialistas presionan más espacios en la administración para agregar presupuesto a sus proyectos. Insisten en patrocinar campañas rastreras contra funcionarios, sin importar si son de las áreas luminosas del Estado. Llevan la peor parte los aliados de grupos sociales que levantaron junto con Abinader la bandera de la trasparencia y la lucha contra la corrupción. (Vieja y perversa táctica es presentar como corrupto a un probado luchador contra la corrupción). Ni el mandatario se ha librado de bajezas personales, de personajes que son vistos en escaparates internacionales con el apoyo de fondos públicos.

Abinader ha vuelto a las calles, pero con inauguraciones menores, como fórmula, creo, de preservar popularidad, llegar con buena imagen al final del mandato e incidir en las decisiones de escogencia de candidatos y en las negociaciones de alianzas.

La indecisión sobre cambios y, sobre todo, designaciones en posiciones acéfalas debilita la autoridad del mandatario. Los nombramientos (¡Oh, PRD sal de ese cuerpo (PRM)!) no se deben asumir en función de los cálculos de los aspirantes presidenciales, sino de las necesidades de los ciudadanos y de una buena administración, que beneficie al país.

Todos los presidentes reciben presiones de grupos externos e internos que aprenden a manejar con el paso del tiempo. Abinader ha visto fortalecido su liderazgo y ha acumulado una gran experiencia en cuatro años y debe cortar de cuajo la sensación actual de anomia.

Faltan 3 años y más de 6 meses para que concluya el segundo periódo abinaderista, refrendando con aplastante votación.

Escoja bien, aparte una veintena y dele pa’ lante.

Redacción

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