Opinión

Cambio de mentalidad

POR JUAN ARIEL JIMENEZ.- Si hay una frase que está en boca de todo el mundo ahora mismo en el país es que “no hay dinero en la calle”. Es nuestra manera tan dominicana de decir que la economía está lenta, que no se mueve.

Y no es percepción, sino que los datos oficiales lo confirman. En lo que va de año, la economía dominicana ha crecido apenas 2.2%, uno de los niveles más bajos de toda la historia posterior a la dictadura. No es la primera vez: en 2023 fue exactamente lo mismo, 2.2%.

Eso es un problema serio para una economía que durante décadas se acostumbró a crecer entre 5% y 6% por año. Solo como referencia, entre 2010 y 2019 la expansión económica promedio fue 6.1%. Hoy no llegamos ni a la mitad.

El problema de tener una economía casi frenada es que se generan menos empleos, los salarios pierden poder adquisitivo, y cada vez se hace más difícil llegar a fin de mes. Todo se vuelve un círculo vicioso de bajo crecimiento, pocas oportunidades y mucho desánimo.

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Las excusas de siempre

Ante esta situación, tanto el gobierno como el Banco Central repiten la misma explicación: “es por factores internacionales”. Claro, porque ahora todos los problemas son culpa del gobierno pasado o del contexto mundial.

Pero esa excusa no resiste el menor análisis. Si el entorno internacional fuera el culpable, ¿cómo se explica que este año Argentina crezca 5.5%, Paraguay 5.2%, Costa Rica y Panamá 4.7%, y Ecuador 4.3%, mientras nosotros no llegamos ni a la mitad de eso?

De hecho, hoy somos el segundo país de menor dinamismo económico de América Latina, solo por encima de México.

Entonces, si el problema fuera “externo”, parece que la República Dominicana vive en un planeta distinto al resto de la región.

Lo irónico es que históricamente hemos sido el país más dinámico de América Latina, al menos desde 1970, solo cediendo el primer lugar en contadas ocasiones a Panamá o Perú, y por muy poca diferencia.

¿Qué pasó entonces? ¿Cómo pasamos de la vanguardia a la retaguardia?

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El problema de fondo: ideas equivocadas

Hay dos grandes razones. Primero, la baja inversión pública de los últimos cinco años. Segundo, las altas tasas de interés derivadas de la política monetaria del Banco Central para intentar controlar el tipo de cambio.

Pero en ambos casos, esas decisiones son solo síntomas de un mal más profundo: que los tomadores de decisiones económicas tienen una idea equivocada sobre cómo funciona la economía dominicana.

Como dijo Ben Bernanke, expresidente de la Reserva Federal y Premio Nobel de Economía en 2022, “las tendencias económicas están impulsadas por las ideas y por la política, que a su vez moldean las instituciones y las decisiones en materia económica”.

En este artículo hablaré de la política fiscal; en el próximo, de la política monetaria.

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Primer error: subestimar la inversión pública

Este gobierno parte de una convicción tan firme como equivocada: que la inversión pública no importa, que el motor del crecimiento es exclusivamente la inversión privada.

Algunos funcionarios incluso citan datos para “probar” que la inversión pública representa una proporción pequeña del total de inversiones, y por tanto no merece prioridad.

De ahí su insistencia en ventanillas únicas, anuncios de “burocracia cero” y fideicomisos como receta mágica para dinamizar la economía. Ninguna de estas medidas ha funcionado, pero ese no es el punto. El verdadero problema está en el error de razonamiento que las inspira.

Ese razonamiento parte de la idea de que la inversión pública y la privada son sustitutas, cuando en realidad son complementarias. Y es que una infraestructura pública sólida potencia la inversión privada, porque aumenta su productividad y rentabilidad.

A modo de ejemplo, ningún desarrollador construirá edificios de viviendas en lugares donde no hay calles, agua ni electricidad, tres cosas que solo existen si hubo inversión pública. De igual forma, ningún exportador instalará una fábrica sin puertos ni aeropuertos cercanos. Y ningún productor agrícola invertirá en maquinarias y equipos para su finca si no hay caminos por donde sacar su cosecha al mercado.

Lo curioso (y un tanto triste) es que el expresidente Joaquín Balaguer entendía eso mejor que muchos funcionarios actuales. Hace cincuenta años, Balaguer destinaba alrededor del 50% del gasto público a inversión de capital, mientras que este gobierno apenas llega al 10%, una quinta parte de lo que se hacía medio siglo atrás.

Ironías de la historia: la política fiscal de un partido que se dice “moderno” razona hoy peor que hace cincuenta años.________________________________________

Segundo error: confundir el rol del Estado

El segundo error es la confusión sobre el rol del gobierno en el proceso de desarrollo.

Por un lado, el Estado decide construir hoteles en Pedernales para que luego los opere un privado, como si el negocio turístico necesitara que el gobierno le monte el negocio y solo deje la caja lista para cobrar. Pero la construcción de hoteles —igual que la de restaurantes, centros comerciales o parques de diversión— ha sido siempre tarea del sector privado, aquí y en cualquier parte del mundo.

El rol del Estado no es construir bienes privados, sino bienes públicos: carreteras, puertos, acueductos, escuelas, seguridad ciudadana. Eso es lo que permite que el sector privado prospere. Como se dice popularmente: zapatero a su zapato.

Algo similar ocurre con la educación. El gobierno no construye las aulas necesarias para atender el crecimiento de la matrícula escolar, y luego pretende reemplazar esa falta de inversión con cupones para que los padres busquen a última hora un cupo en colegios privados.

Es decir, el Estado se ausenta de sus verdaderas responsabilidades y quiere “resolver” delegando lo que nunca debió abandonar.

Hacia un nuevo pensamiento

En resumen, si queremos volver a dinamizar la economía y alcanzar nuevos niveles de desarrollo, la República Dominicana necesita un cambio de mentalidad económica. En el próximo artículo hablaré del otro lado de esta historia: la política monetaria, donde los errores de diagnóstico y pensamiento son aún más profundos… y las consecuencias, todavía más caras.

Redacción

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