Conocimiento, experiencia y conciencia ciudadana
POR CARLOS SALCEDO.- Nuestro mayor obstáculo para poder dar un salto más grande al desarrollo es la falta de acciones que se correspondan con un pensamiento que, además de su conexión con ideales, principios, valores y virtudes, nos fije, colectiva e individualmente, una ruta por y para el desarrollo.
A las grandes civilizaciones les debemos mucho. Por ejemplo, al legado helénico. Ya hace más de 2,500 años que Grecia crecía en el cultivo de la virtud y con sus genios creadores de un ideal de humanidad del que todavía somos deudores.
Fundados en la verdad, la libertad y la belleza, Grecia forjó un admirable monumento de arte, arquitectura, escultura, filosofía (no hay un día que no se piense y hable del legado socrático, platónico y aristotélico, de la filosofía presocrática y de la sofística griega), ciencia, literatura, política (las polis o ciudades-estados, definitorias de la civilización griega, porque representaban el centro político, cultural y ciudadano)-, oratoria, educación (recordemos los cuatro modelos o pandeias educativas –la arcaica, la espartana, la ateniense y la helenística gestada por Alejandro Magno) y deporte. Todo lo cual se manifiesta en la trilogía del sabio, el estadista y el poeta. Aun hoy, esta riqueza de conocimientos sigue avivando muchas iniciativas.
Pero, uno de los mayores legados de la Grecia antigua es el areté, concepto esencial de la ética y la política en la antigua Grecia. Y sobre todo más ligado a su significado de excelencia o perfección o el cumplimiento acabado del propósito o función y la posesión de las virtudes, particularmente la valentía y la destreza, con un sentido parecido al que se conserva en las obras de Hesíodo y Homero, a quienes se consideran como los padres, precursores, comunicadores y primeros poetas de la mitología griega. “La Ilíada” y “la Odisea”, de Homero están referidas a los dioses de la luz, mientras que la obra poética de Hesíodo “Teogonía” y “Los trabajos y los días” se refieren más a los dioses de la sombra.
Homero es el símbolo de la épica y el poeta por excelencia. El fondo más o menos histórico de los poemas épicos griegos no hacía de ellos una mera historia del pasado. Por el contrario, el enaltecer las hazañas del pasado convertía a los héroes que las llevaban a cabo en un ideal digno de imitación; lo mismo que al mostrar las tristes consecuencias de sus errores incitaba a reflexionar sobre las pautas del comportamiento humano.
Frente a la figura semilegendaria de Homero, la existencia de Hesíodo no ha planteado dudas a los investigadores. En la obra de Hesíodo se encuentra un contenido espiritual y moral mayor que en Homero, pues la finalidad de su poesía no es ya entretener, sino instruir. Por eso la fantasía pasa a un segundo plano en él. No olvidemos además que Hesíodo fue el padre de la poesía didáctica, cuya finalidad es precisamente la de instruir.
En suma, Hesíodo está situado entre dos épocas: la que representa el fin del mundo de la aristocracia guerrera y de la literatura épica y el comienzo de una nueva etapa, socialmente cambiante, más abierta, y en la que la literatura se va a preocupar de tomar al individuo como centro de su interés.
Esto viene a cuento porque creo que la rutina nos aleja del conocimiento, o más bien del saber. Y allí donde no hay sabiduría, entendida como la sumatoria de conocimiento y experiencia vivida con areté (integridad), no hay conciencia ciudadana y mucho menos compromiso.
La República Dominicana tiene un gran déficit de pensamiento consciente y comprometido con el desarrollo. No es cosa solo de gobiernos. Es una deuda de todos.