El desorden nacional

POR CRISTHIAN JIMENEZ.- El “padrefamilismo” reclama los “derechos” más absurdos en su catálogo de justificaciones para la violación de las leyes y normas de convivencia social. En su creativa lógica, la necesidad del sustento diario está por encima de toda legislación. En la otra acera, empresarios inescrupulosos mueven recursos y despachos y juegan al hecho cumplido al eludir disposiciones legales.
Muchas de las violaciones han sido normalizadas, aunque tengan enorme impacto letal y económico, como ocurre en el desastre del tránsito y otras, resistidas mediante denuncias ciudadanas y mediáticas sin soluciones permanentes, salvo las reacciones de coyuntura, populistas y maquilladoras.
Las “autoridades” han convenido por aceptar vehículos sin luces delanteras y traseras, neumáticos lisos, ausencias de cristales y de cinturones de seguridad (en una ocasión se consignó en una norma esto último, para sujetos responsables de la vida de los pasajeros-clientes), choferes sin licencias. En el caso de los motociclistas, es el colmo: “derecho” hasta para agredir policías y quemar grúas, cuando les retienen sus aparatos.
Calles convertidas en talleres, ocupando aceras y parte de la vía, como ocurre en las avenidas Correa y Cidrón, Ortega y Gasset, entre Kennedy y San Martín y calle Pepillo Salcedo, con la misma delimitación anterior y en otras zonas.
La ocupación de las aceras por vendedores de todo tipo de mercancías no es de exclusividad de “Villacon”, avenidas Duarte (un tramo fue liberado) y Mella, calle José Martí y numerosos puntos de la ciudad. En Santo Domingo Este, Norte y Oeste el desorden alcanza el paroxismo.
Hay restoranes y colmadones que hace años se adueñaron de aceras, con sillas hasta en plena calle, sin ser molestados por las “autoridades”. Podría pasar una patrulla policial, pero a buscar “el semanal”.
En zonas céntricas de la capital, restoranes y centros de diversión carecen de estacionamientos suficientes y contratan servicios de valet parking, que colocan los vehículos en las calles del área, con riesgo para el cliente de daños y robos.
En numerosos puntos del Distrito Nacional y provincias de gran afluencia de personas, aparecen los llamados parqueadores, que reclaman pagos compulsivamente y hasta se inventan boletos de pagos manuales de 200 pesos. Esto ha provocado conflictos que han terminado en agresiones.
En los últimos años, las aceras fueron inundadas por bancas de apuestas, que simulan ser parte de la propiedad trasera, pero un ligero examen permitirá detectar la ilegalidad de la maniobra.
Numerosos vendedores independientes de vehículos han tomado calles completas y divisiones arborizadas de vías para colocar sus productos, sin temor a sanciones y despreciando a los que requieran utilizar esos espacios para estacionamientos temporales. Seguros de la falta de consecuencias, llegan al descaro de colocar letreros de “se vende”, en cada unidad.
En este gran desorden, olvidémonos de pago de energía eléctrica por el uso de extensiones ilegales, o de basura, aunque formales e informales produzcan toneladas diarias. La resistencia al pago de los servicios, desde hace años alimentado por el paternalismo y populismo se mantiene hasta en los propietarios de grandes negocios, que hoy rechazan pagar “38 pesos más” por los residuos sólidos que deja la creciente operación de sus comercios.
Las quejas y la impotencia aumentan en ciudadanos que solo desean un mínimo de orden. Algunos, en la desesperación invocan regímenes de fuerza. Ya lo han consignado en encuestas al afirmar estar dispuesto a sacrificar democracia por orden.
Los políticos prometen cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, pero al llegar al poder se desdicen al calcular el costo político de decisiones indispensables para la salud de la República.
¿Hasta cuándo podrá el país resistir el desorden?
Y ya todo el mundo en campaña…