Opinión

El fantasma de Trujillo aún marca el rumbo de la naciónEl fantasma de Trujillo aú

POR MIGUEL GUERRERO.- A pesar del interés que sigue teniendo toda nueva o vieja versión sobre la llamada Era de Trujillo, a pesar de los años transcurridos, hay gente todavía empeñada en presentarnos el terrible período conocido con el sobrenombre de la Era de Trujillo como un modelo ejemplar, digno de emulación.

En el fondo lo que tratan los osados panegiristas de esa funesta época es justificar sus propios papeles y actuaciones y la de muchos de sus parientes o allegados.

Lo del sentimiento nacionalista del tirano no es más que una burda falsedad con la que se pretende enaltecer su régimen. Con frecuencia se cita la llamada “redención de la deuda pública externa”, como una manifestación de su amor por la patria y su profunda convicción nacionalista.

La independencia financiera le era vital a sus propósitos de controlar todo el aparato económico de la nación. De manera que, al redimir la deuda, saldando las cuentas del país, Trujillo pasó a tener un control total y absoluto de cuanto se hacía y se movía en la esfera de la actividad económica y financiera dominicana.

Fue la creación del peso dominicano lo que consolidó realmente su dominio del país. Con ello Trujillo agrandó su fortuna personal y eliminó toda suerte de fiscalización externa sobre la economía dominicana. A la luz de estos resultados, ¿dónde radica el nacionalismo y las bondades de esa acción?

Trujillo: 31 años de gobierno

Endeudamiento posterior

Los nostálgicos de la tiranía, aún nos quedan muchos, apelan a ese hecho y a la circunstancia de que tras la muerte del llamado Benefactor el país ha sufrido los efectos de un creciente e irresponsable endeudamiento, como muestra de las virtudes de ese régimen que sometió a la nación a los peores rigores y vicisitudes.

Pero esta realidad sólo muestra la incompetencia, la falta de sensibilidad social y la absoluta carencia de visión política de aquellos que han tenido después la carga de dirigir el país.

Los trujillistas citan los afectos del tirano hacia familiares, amigos y animales, como evidencia de un sentimiento de humanidad que nunca tuvo. Otros monstruos como él guardaron capacidad para este tipo de expresión.

Trujillo no sólo amaba a sus hijos y a su madre, sino también a sus caballos, sus vacas y sus perros. Hitler también amaba a su perro y le acariciaba tiernamente la cabeza mientras condenaba a seis millones y medio de judíos a morir en los hornos crematorios de sus campos de concentración. Stalin, que amaba también a su perro con el que jugaba en su dacha de Peredelkino, no vaciló en ordenar la muerte de su joven esposa Sveztlana y la de muchos compañeros de luchas revolucionarias.

Mientras le hablaba a su cachorro con admirable muestra de amor casi infantil, su mano implacable sellaba la suerte de más de veinte millones de seres humanos en toda la Unión Soviética.

Preguntas

¿Qué prueban las escasas debilidades paternales de un ser tan inhumano como Trujillo?. ¿Justifican la opresión a la que sometió al pueblo dominicano durante tres décadas? ¿Le dan sentido político o razón de Estado a los crímenes y hurtos de propiedades para su provecho personal? ¿Le confieren un sentido de racionalidad al empleo de la tortura y al asesinato de opositores? ¿Explican política e históricamente la existencia de lugares tan siniestros como La 40 y la ergástula aun más terrible del kilómetro Nueve?

Con penosa frecuencia parte de la opinión pública del país se muestra abierta a aceptar estas manifestaciones de adhesión a un sistema que lo estranguló por tanto tiempo y le despojó del lugar que por derecho le hubiera correspondido en el futuro, sin detenerse a hacer las indagaciones que permitan situar ese período negro de nuestro pasado en su justa y debida dimensión histórica. Duele tener que admitir que tantas expresiones de trujillismo sean algo más que inútiles ejercicios periódicos de nostalgia.

Rafael L. Trujillo (1891-1961)

La herencia de autoritarismo que la tiranía de Trujillo fortaleció en la conciencia de este país, se resiste a dar paso a nuevas formas de conducción política.

Aprovechando el fracaso del liderazgo nacional para mejorar las expectativas de la población, hay gente entre nosotros que se desvive por retrotraernos a las peores y más crueles formas del pasado.

Hay incluso quienes se atreven a sostener la tesis de que muchos de los más atroces crímenes de esa Era fueron el fruto de los excesos de sus colaboradores y no de las directrices del tirano. Tan peregrina afirmación constituye una ofensa adicional a los deudos de esos desmanes, muchos de los cuales, como el asesinato de las hermanas Mirabal, aún sacuden la conciencia de la sociedad dominicana.

Fue precisamente ese bárbaro asesinato, ordenado personalmente por el tirano, lo que rompió los últimos y débiles lazos que todavía, en noviembre de 1960, unían al régimen con los sectores en los que se había sostenido durante tres décadas.

La lealtad al recuerdo de Trujillo pregonado todavía por muchos de sus alabarderos que siguen ocupando posiciones importantes en el país, tanto en el área pública como en la privada, es el más triste legado de aquella época.

Fantasma

A despecho del dolor que provocó, parecería que el fantasma de Trujillo aún marca el rumbo de la nación. Su huella aparece en casi todas las facetas de la vida nacional.

Incluso las formas protocolares todavía dominan la escena oficial, como puede verse en cada inauguración de una obra pública, en cada gira presidencial por el interior o en algunas noches en el Palacio Nacional.

La herencia del trujillismo que tan obstinadamente se niega a morir obstaculiza nuestra marcha hacia el futuro y la modernidad de la que tanto se nos habla. Se equivocan quienes piensan que todo rasgo de ese régimen desapareció con la muerte del tirano.

Redacción

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