Hacer, o pretender, daño a reputaciones sin miramientos
POR RUDDY L. GONZALEZ.- Por convicción y acción soy un defensor, a rajatablas, del derecho a la libertad de expresión, en su ámbito más amplio, no por populismo. Así lo he practicado en mi vida profesional, 53 años de ejercicio como periodista a tiempo completo, sin receso, y especialmente desde las posiciones de ‘poder’ que como Director de medios, analista de periódicos, comentarista de televisión he desarrollado.
No creo que el poder político, económico o social deben tener el control de la opinión, de la palabra, de la expresión. Pero ello conlleva, y con mucho más rigurosidad y responsabilidad, de una sociedad que ejerza ese derecho con respeto, sentido de convivencia, de buenas costumbres. Y en ello debemos reflexionar, como nación. Porque el derrotero que llevamos no es halagueño.
Aprovechando las ‘vacaciones’ de Navidad, que disfruté junto a mi familia en una suerte de confinamiento voluntario para evitar exponernos a la oleada del rebrote de la pandemia, hice el ejercicio de curiosidad ‘navegando’ en las diferentes redes sociales y, confieso, la experiencia ha sido ‘de salto y espanto’.
Nunca he seguido, ni consultado y menos me he guiado por los escritos, los decires, cotidianos que se plasman en redes, donde la intolerancia, la descalificación, las acusaciones alegres, las mentiras, la desinformación adrede son, penosamente, de las características que sobresalen en gran parte de los textos que allí se insertan, con superioridad a informaciones veraces y constructivas que difunden.
Es penoso -concluyo- que, con tan eficiente instrumento de la modernidad, la tecnología, sea, a su vez, un vehículo para hacer, o pretender, daño a reputaciones sin miramientos y, para colmo, sin aparentes consecuencias.