Opinión

Isabel II

POR JULIO MARTINEZ POZO.- Si tener monarquía es signo de atraso ¿por qué los países con esa tradición corresponden al listado de los más prósperos del mundo?.

¿Andorra, Arabia Saudita, Australia, Bélgica, Canadá, Catar, Luxemburgo, Dinamarca, Malasia, Marruecos, Mónaco, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos, Reino Unido, Suecia, Camboya?.

Porque una jefatura de Estado permanente con reconocimiento mundial, que no afecta para nada la vida democrática de la mayoría de las naciones, que las tienen, que por el contrario, como ocurrió en España tras las conspiraciones que siguieron al franquismo, operan como garantes de la institucionalidad, es ventaja frente a los países que van mudando de una figura a otra.

Los monarcas, que desde la revolución burguesa no son únicos ni absolutos, operan como sabios que ante cualquier crisis representan estabilidad y continuidad del Estado.

Sustenta Albert Camus que “la trascendencia divina, hasta 1789, servía para justificar la arbitrariedad real. Después de la Revolución francesa, la trascendencia de los principios formales, razón o justicia, sirve para justificar una dominación que no es ni justa ni razonable”. Con el fallecimiento de Isabel II, la institución monárquica pierde a su figura más regia, cuyas cualidades fundamentales fueron la de demostrar que la influencia puede suplantar el poder impuesto con instrumentos fácticos.

No le tocó colocarse la gran corona imperial, porque en el momento de su asunción el gran imperio inglés, el más poderoso que durante más de una centuria conociera la humanidad, el de la armada invencible, entraba en indefendible desgarrramiento.

La India ya se había independizado, tocándole a ella ver partir la Federación Malaya en 1952; Nigeria en 1960; Sierra Leona y Tanganika (Tansania) 1961; Trinidad y Tobago en 1962; Kenia y Sambia, 1963; Malta 1964; Gambia, 1965… y por ahí María se va siguiendo la independencias de Lesotho, Barbados, Islas Mauricio, Seychelles y Hong Kong.

Su respuesta fue en la que trabajaba desde antes de recibir la corona, el fortalecimiento de la Mancomunidad Británica, el Commonwealths, consciente de que el habla de un mismo idioma, ataduras a las mismas tradiciones, lecturas de la misma literatura, el aprecio de los mismos cuadros y el goce de los mismos ritmos musicales, así como la unificación de intereses económicos suplantarían toda la coerción imperial y mantendrían la unidad alrededor de la corona inglesa.

Con discreción y mucha habilidad desempeñó roles importantes en la creación del orden económico y social que rigió al mundo después de la segunda guerra mundial, se las apañó en la guerra fría, contrapesando como pudo a Margaret Thatcher con la que sostuvo diferencias llevadas sin afectar a la nación, no pudo contener el brexit, sobre el que nada dijo, sólo mediante símbolos que traslucían que no simpatizaba del divorcio con Europa.

Fue dura tratando de proteger la tradición familiar, que la sabía, como el principal valuarte de la monarquía, que si se bifumina y termina asemejándose a los de cualquier otra familia, dejan de ser objeto de veneración.

Redacción

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