Opinión

Pacoredo, PLD y FP

POR MANOLO PICHARDO.- El germen que comenzó a pal­pitar a lo inter­no del PLD pa­ra dar vida a la Fuerza del Pueblo como for­mación política llamada a ser una respuesta antitética a la degeneración progresiva de aquel viejo partido, comenzó su incubación en un proceso de luchas internas que se re­montan a los años 90 cuando las actividades grupales, ve­nidas de antes en forma de tendencias ideológicas, lo­graron establecerse de ma­nera abierta y franca, cuando un hombre de méritos políti­cos y patrióticos, decidió ac­cionar al margen de las ideas y los canales institucionales, arrastrado por sus ambicio­nes pequeño burguesas.

Juan Bosch lo definió co­mo un “hombre de acción”.

Con esta definición queda­ba claro que las luces políti­cas no eran su fuerte, y que, la carencia de un discurso de contenido conceptual que le diera preeminencia, lo con­ducía hacia la práctica, al tra­bajo de campo; a lo territorial basado en un pragmatismo que se anclaba en los com­promisos de ascensos políti­cos sobre la base de lealtades grupales que se garantizaban con amarres que se lograban mediante la creación de es­tructuras paralelas y de ca­rácter nacional.

El proyecto que a lo interno de la organi­zación encabezaba, solo pro­curaba poder político, quizás como un fin en sí mismo, has­ta que, su operador político, el que tenía el contacto direc­to con los integrantes del gru­po a nivel nacional, median­te golpes bajos y artimañas aprendidas en su antigua mi­litancia partidaria, lo despo­jó de la jefatura, tras fraguar un golpe que buscó que és­te no fuera electo al Comité Central para que, de esta ma­nera, no pudiera aspirar la Comité Político y quedara eli­minado como jefe del grupo más fuerte que, para enton­ces, se enfrentaba con los de­finidos como socialistas y sin­dicalistas a los que Bosch era más afín.

El sustituto, que resultó ser más astuto, reorientó el pro­yecto, lo consolidó, procuró alianzas internas para derro­tar a los preferidos del líder que, con inexplicable torpe­za, renunciaron a la organi­zación dejándole el control partidario absoluto al hom­bre que comenzó a acumu­lar poder echando manos de las viejas prácticas del Parti­do Comunista de la Repúbli­ca Dominicana (Pacoredo), donde militó; una organiza­ción política que creía en las recomendaciones de Nico­lás Maquiavelo al príncipe de que el fin justifica los medios, “principio” que les guiaba pa­ra emprender toda suerte de acciones sin importar razo­nes de índoles éticas ni mo­rales en el ejercicio de sus praxis “políticas”.

Así, estas prácticas se fueron haciendo habituales, cuasi normales en el PLD, y muchos, para so­brevivir políticamente, debie­ron en algún momento acer­carse al “padrino” en busca de la bendición para aspirar a algún cargo partidario o puesto de elección popular.

Su destreza y acumulación de poder lo llevó a burlar las reglas, a manipularlas y a do­blegar a las autoridades par­tidarias para convertir a la organización en un proyecto económico que, desde el po­der, pudiera convertir al país en una finca de propiedad fa­miliar.

La desviación del pro­yecto originario precipitó el fin del rol histórico de la orga­nización, y aquel germen de su destrucción (minoritario y cualitativo) se fue convirtiendo en el de la construcción de un nuevo proyecto partidario que deberá operar bajo las prácti­cas boschista como negación al pacoredismo que definió el accionar de aquel jefe políti­co que produjo la disrupción y el congreso constitutivo de la Fuerza del Pueblo.

Redacción

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