Somos Duarte
POR JULIO MARTINEZ POZO.- En la grandiosa realidad intersubjetiva que es la patria, nadie tiene mejor acomodamiento en el pensamiento dominicano que la figura de Juan Pablo Duarte, y es justo porque nadie lo merece más. Patria, dominicano y Duarte, dicen emocionalmente una misma cosa.
Que aportó la pasión, el concepto idealista de que los habitantes de la parte oriental de La Española estábamos en capacidad de regirnos soberanamente, sin buscar la protección de ninguna otra potencia para enfrentar el peligro haitiano, meta muy difícil y desafiante que la sangre dominicana se ha esmerado en transformar en verdad, cada vez que su suelo ha sido tomado por ejércitos extraños.
No necesitó dar más que lo que ofrendó. Expuso su vida a todos los peligros de la causa, la fundamentó, la agitó, la orientó, la organizó, y, cuando se vio en la imperiosa necesidad de evadirse del territorio nacional para que con su muerte no muriera la causa, hizo el compromiso solemne de procurar los medios para dotarla de armas y financiarla, con lo que no pudo cumplir porque nunca apareció la ayuda que había pactado con Venezuela y que daba por segura para que su partido se adelantara al de los otros que procuraban la separación de Haití porque tenían protectorados apalabrados con Francia, Inglaterra o España.
He ahí que el único recurso que el honor le deja por delante es la carta desesperada que escribe desde Curazao a su familia el 4 de febrero de 1844: “Mi querida madre y hermanos: El único camino que encuentro para poder reunirme con Ustedes es independizando la Patria.
Para conseguirlo se necesitan recursos, supremos recursos, y cuyos recursos son: que Ustedes de manera común conmigo y nuestro hermano Vicente, ofrendemos en aras de la Patria lo que a costa de amor y trabajo de nuestro finado padre hemos heredado.
Independizada la Patria, puedo hacerme cargo del almacén, y heredero del ilimitado crédito de nuestro padre y de sus conocimientos en el ramo de la marina, nuestros negocios mejorarán, y no tendremos por qué arrepentirnos de habernos mostrados dignos hijos de la Patria”.
Además de que su grupo, el de los Trinitarios, carecía de los medios suficientes para llevar a cabo la empresa de la independencia, también carecían de la cantidad de hombres suficientes, dispuestos a matar y a morir por los ideales patrióticos, y la realidad obró de parte de los que entendían que para darle fuerza y credibilidad a la idea, había que prestigiarla incorporando personas más experimentadas para compartir el encabezamiento, y a caudillos con hombres dispuestos a jugárselas como ellos les ordenaran.
La gesta se consumó en ausencia del ideólogo, cuya antorcha fue levantada otro héroe: Francisco del Rosario Sánchez, acunado en otro hogar patriótico al que el país debe muchos sacrificios, y reclamando las fronteras trazadas por el Tratado de Aranjuez, de 1777.