Es una tragedia cuando ocurre un hecho bochornoso en el seno de una familia, que les afecta de tal manera a algunos de sus miembros ajenos al problema que quisieran olvidarlo.
Cuánto dolor, impotencia y desesperación debe ser para un grupo familiar cuando hay una oveja descarriada que contradice todo lo que debió aprender y no practicó en su pequeña iglesia en orden a los valores morales que deben prevalecer en toda sociedad.
¡Ay de algunos que sin pensar cometen fechorías y no miden las consecuencias que acarrean a sus seres queridos! Cuando se entra en el laberinto de la actuación simulada, conduce irremisiblemente al descalabro de una vida que debió correr mejor suerte.
Oportunismo y oportunidades son dos extremos opuestos en orden a lograr el éxito por las vías correctas, de esta manera se entra en un laberinto difícil de salir. Es como dice un proverbio japonés, “quien monta un tigre corre el riesgo de no poderse bajar nunca”.
Resulta una horrible pesadilla cargar con un fardo tan pesado, de esconder el dolor por vergüenza.
Más aún, cuando el dolor es producto de un comportamiento inadecuado que no tiene sentido ni razón de ser.
Una apesadumbrada reacción se apodera de quien con la impotencia que surge de hechos repudiables se convierte en víctima de aquel que no tuvo reparos para enmendarse.
Destino sin retorno, fuerza del mal que se arremolina en los más débiles de carácter.
Pero queda la vergüenza, de aquellos que viviendo, se convierten, en personas anónimas sin dar explicación, sencillamente optan por callar y ese silencio se convierte en cómplice de su dolor.
Juan Francisco Puello Herrera
