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Juan Soto apunta al Clásico Mundial de Béisbol con RD

En entrevista en el programa “Siendo Honestos”, el toletero de los Mets también habla de su vida personal y de estas navidades

SANTO DOMINGO.- Juan Soto habla con la calma de quien sabe exactamente dónde está parado. El jardinero dominicano, protagonista del contrato más alto en la historia del deporte profesional, reafirmó su expectativa de representar a la República Dominicana en el próximo Clásico Mundial de Béisbol, hizo balance de un año intenso y puso en palabras la presión constante que acompaña su estatus en las Grandes Ligas.

Las declaraciones se produjeron en el marco de una entrevista exclusiva concedida al programa “Siendo Honestos”, conducido por Katherine Hernández y transmitido anoche por CDN canal 37. A partir de ahí, Soto construye un relato que trasciende lo deportivo y se adentra en el terreno de la responsabilidad, la familia y el significado real del éxito.

El Clásico Mundial: “no se compara con nada”

Cuando piensa en el Clásico, Soto no duda. “Nada se compara con el Clásico Mundial”, afirma. “Tú ves un estadio entero lleno de la bandera de la República Dominicana. Eso es algo bien bonito”. Para él, el torneo condensa como pocos la experiencia de representar al país: el talento reunido, la convivencia entre generaciones y la sensación de que “la República Dominicana entera está dándote apoyo”.

Imagina un equipo cargado de estrellas y energía compartida. “Será una bonita experiencia jugar con muchachos como Tatis, con Vladdy, con tantas figuras. Traen un ambiente diferente”, dice, consciente de que se trata de un torneo corto, donde “puede pasar lo que sea”, pero convencido de que el peso simbólico de la camiseta hace la diferencia.

Balance del año: aprendizaje antes que cifras

Al evaluar el año que termina, Soto evita los titulares fáciles. “Fue un tremendo año”, resume, “con muchas altas y bajas, pero con mucho aprendizaje”. Insiste en que el béisbol, en el más alto nivel, se define más en la cabeza que en el brazo o el bate. “El deporte es 90% mental. Lo otro viene por añadidura”.

En los momentos más difíciles, cuando no hay entrenadores ni voces externas empujando, la salida es íntima. “Llega un punto en que tú mismo tienes que salir pa’lante”, explica. “Tú mismo tienes que decirte: yo puedo”.

El contrato récord y la exigencia permanente

El tema inevitable apareció sin rodeos: el contrato que lo llevó a los New York Mets y que lo convirtió en el deportista mejor pagado de la historia. Soto no lo esquiva ni lo idealiza. “No es fácil”, admite. “Todo el mundo espera algo de ti. Todo el mundo espera que tú seas lo mejor siempre. Y eso no va a pasar. Nadie es perfecto”.

En un deporte de fallos, esa expectativa constante puede ser asfixiante. Pero Soto decide resignificarla.

“Eso me anima y me empuja a seguir hacia adelante”. La presión, lejos de paralizarlo, funciona como combustible.

Aclara, además, que el dinero no define su horizonte. “Al final, el dinero no lo es todo”, dice. Habla de metas deportivas, de premios individuales y de un anhelo compartido por muchos peloteros: trascender. “Hay quienes quieren ser MVP, otros ganar un Guante de Oro, otros un Bate de Plata, y muchos sueñan con llegar al Salón de la Fama”.

Juan Soto viene de agotar su primera temporada con los Mets de Nueva York.

Licey: el deseo que quedó en pausa

Soto también se refirió a su anhelo de jugar pelota invernal con los Tigres del Licey, una posibilidad que este año no podrá concretarse. El conjunto azul quedó eliminado de la contienda tras una derrota que lo dejó sin opciones matemáticas de avanzar al round robin, cerrando así cualquier escenario para una eventual participación del estelar jardinero en la liga local.

“Si algún día se da, la gente va a responder”, asegura. “Tenemos los mejores fanáticos. El fanático liceísta es bien apasionado”. El deseo permanece intacto, aunque la realidad deportiva haya impuesto una pausa.

Familia, raíces y el primer contrato

En el centro de su historia está la familia. Soto vuelve a la infancia y a las reglas claras que marcaron su camino. “Mi mamá siempre fue bien estricta con los estudios. Si no estudiaba, no iba para el play”, recuerda, al explicar cómo la disciplina fue inseparable de su amor por el béisbol.

Ese recorrido desemboca en el momento que cambió su vida: la firma de su primer contrato de Grandes Ligas con los Washington Nationals. Vivía entonces en una academia en Villa Mella, tras varios días de pruebas sin respuestas. “Cuando me dijeron que me habían firmado, yo me quedé frisado”, cuenta. “No supe qué decir. Mucha alegría, muy contento. Y ahí empezó todo”.

Soto no suaviza ese inicio. Habla con franqueza de las dificultades del camino. “Pasa de todo. Tú pasas mucha hambre, pasas mucho trabajo”, afirma. “Es algo bien difícil para lograr la meta”.

Desde esa experiencia, el mensaje para los jóvenes es claro y sin adornos. Firmar no es el final, sino el comienzo. “Al final, el dinero no lo es todo”, insiste. “También hay muchas metas que cumplir”. El verdadero reto, subraya, está en sostenerse, crecer y responder en un nivel donde la exigencia nunca se detiene.

Abrir puertas y cargar con el ejemplo

Soto entiende que su logro trasciende lo individual. “Sé que abrí muchas puertas, no solo para mí, sino para la República Dominicana”, afirma. Recuerda que durante años muchos dudaban de que un dominicano pudiera llegar a ese punto. Hoy, dice, otros peloteros están logrando grandes extensiones y demostrando que no era un sueño inalcanzable.

A Soto, lo que más lo emociona de su país, explica, es la capacidad del dominicano para sobreponerse. “Con cualquier cosa se divierte. Siempre le saca una sonrisa a la situación. Somos gente dura, resiliente”.

En esa definición conviven el pelotero récord y el joven que vuelve a casa, se sienta con su familia y entiende que, más allá de los millones y los estadios llenos, el impulso más constante sigue viniendo de ahí.

Juan Soto en Navidad

En medio de un año marcado por la exigencia profesional, Soto subraya que la Navidad sigue siendo un territorio íntimo. “La tradición siempre es cenar en mi casa”, dice. “Mi mamá se asegura de que toda la familia se junte el 24, no importa dónde estemos”.

Habla del pastel en hoja preparado por su madre, de la mesa sin restricciones y de un ambiente donde “se habla de todo”, con el objetivo principal de compartir y provocar sonrisas. “Ese día no hay dieta”, bromea.

Para el 31 de diciembre, el ritual se repite: familia reunida, deseos de año nuevo y tradiciones que no negocia. En ese espacio, lejos de los estadios y los contratos, Juan Soto vuelve a ser simplemente eso: un hijo que regresa a casa y un dominicano que celebra, como tantos otros, alrededor de la mesa.

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