Verdaderos sicarios de la palabra en muchas “plataformas digitales”
POR JUAN TAVERAS HERNANDEZ.- Me he preguntado muchas veces. ¿en qué momento fue que perdimos la capacidad de hablar correctamente en los medios de comunicación, desplazando a figuras como María Cristina Camilo, Yaqui Núñez del Risco, que improvisaba las palabras, no las ideas, Jesús Torres Tejeda, George Rodríguez, “pedacito de Quisqueya”, René del Risco Bermúdez, autor del célebre cuento “ahora que vuelvo Ton”, publicista, poeta, escritor y presentador de televisión, el maestro de maestros de la locución, don Otto Rivera, el inigualable Osvaldo Cepeda y Cepeda, Socorro Castellanos, Zoila Luna. Julie Carlo, el merenguero histórico Johnny Ventura, el más grande líder de masas del país y extraordinario orador, José Francisco Peña Gómez, entre muchos otros maestros de la palabra que ejercieron la profesión con altura, fruto de la educación adquirida durante años?
¿En qué momento la palabra se degradó tanto? ¿Cuándo la sociedad dominicana se desintegró tanto, en qué momento sus valores morales desaparecieron? ¿Cuándo la mediocridad se aposento en el tejido social de manera tan apabullante? ¡Que alguien me lo diga! ¿A quién debo culpar?
Recuerdo que no hace muchos años para hablar por un micrófono había que estudiar, ir a una escuela de locución, la universidad, tomar un examen de cultura general, de lectura de noticias, comerciales, etc. Había entonces cierta rigurosidad. El carné que otorgaba la “desaparecida” Comisión Nacional de Espectáculos Públicos y Radiofonía, era exigido por los dueños de las estaciones de radio y canales de televisión.
Ahora no. Ahora cualquier “boca de burro” coge un micrófono y comienza a decir tonterías, atropellando el idioma, sin saber lo que es la sintaxis, los signos de puntuación para saber dónde hacer una pausa, poner un punto y aparte, un signo de interrogación, de exclamación, etc.
Definitivamente la vieja escuela era mejor, mucho mejor, que la nueva escuela. Perdón, ahora no hay escuela, antes sí.
Lo que está pasando en la actualidad es más que preocupante. La vulgaridad, el mal gusto, la obscenidad, las palabrotas, cada vez más feas, más ofensivas, denigrantes y abusivas, priman en la radio y en las mal llamadas redes sociales, donde la difamación y la injuria priman, para el chantaje y la extorsión.
Ahora todos estamos expuestos, todos corremos el riesgo de ser difamado o insultado. No hay escrúpulos. Todas las figuras públicas, funcionario, político, empresario, artista, etc. Puede ser objeto de acusaciones de cualquier naturaleza, sin prueba alguna, en el entendido de que no hay consecuencias judiciales.
Hay verdaderos sicarios de la palabra en muchas “plataformas digitales”.
Mercenarios con licencia para matar reputaciones.
Los que Yaqui Núñez del Risco llamaba “los francotiradores del éxito ajeno”, aquellos que la envidia los corroe y no los deja crecer como seres humanos, seres imperfectos incapaces de ver la grandeza de los demás.
Lo inexplicable es que muchos de estos personajes, ante del temor de verse difamado o injuriado, ceden, patrocinan a muchos de esos “profesionales” de la comunicación, y hasta les pagan con recursos del Estado para comprar su silencio.
Las palabrotas que se escuchan en las redes sociales despotricando contra funcionarios públicos, incluyendo al propio presidente de la República, que está protegido por la Constitución, son inaceptables. ¡Imperdonables!
Recuerdo cuando el presidente Joaquín Balaguer, durante un discurso, prohibió algunos merengues por considerarlos obscenos: “Queda prohibido terminantemente el guardia con el tolete, no por el guardia, sino por el tolete”. Creo que ha llegado el momento de tomar medidas drásticas contra la vulgaridad, la obscenidad, las “malas palabras”, la morbosidad y el “destape” sexual, de algunas mujeres que parecen ejercer la prostitución a través de las redes. Algo hay que hacer para detener la degradación ética y moral que se ha producido en los medios de comunicación.
El Estado es el garante legal de la privacidad y el buen nombre de todos los ciudadanos. Nadie tiene derecho a denigrar a los demás sin pagar las consecuencias que manda la ley.