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Compitiendo con buitres: la vida entre la basura para sortear la pobreza en Honduras

Marlon hurga entre la pestilencia desde que tenía 14 años. Espantando buitres, escoge plásticos y metales entre montones de residuos en el basurero municipal de Tegucigalpa, para venderlos. «De aquí he mantenido a mi familia», asegura.

Golpeada por el narcotráfico, la inestabilidad política, la violencia de pandillas y por los embates de huracanes, Honduras tiene 59% de sus casi 10 millones de habitantes en situación de pobreza.

«De aquí he mantenido a mis hijos, todo lo que tengo a mí me cuesta, de la basura [lo obtengo] (…) ni un partido me ha ayudado a mí», dice Marlon Escoto, ahora con 59 años.

Marlon es solo uno entre un centenar de recicladores que separan deshechos en una loma de la periferia de la ciudad.

Este domingo los hondureños irán a las urnas para elegir un nuevo presidente. Las principales opciones son Nasry Asfura (oficialista, derecha), representante del Partido Nacional, que gobierna desde 2010. Y Xiomara Castro (izquierda), de una coalición que lidera su partido, Libre.

«Uno tiene derecho a votar, porque uno es ciudadano. Pero a mí ningún partido me ha ayudado. Todo lo que tengo en mi casita, me cuesta a mí», agrega este padre de cuatro.

No hay trabajo

Apenas el sol emerge de entre las lomas que rodean la capital de Honduras, los camiones recolectores empiezan a llegar, uno tras otro, para dejar sus desperdicios en este botadero conocido como el «crematorio».

Revoloteando muy cerca, centenares de buitres -llamados zopilotes en Centroamérica y México- parecen competir con las personas por el botín, al pie de los camiones.

Los recicladores tienen el permiso de las autoridades municipales para entrar. Algunos trabajan solos, otros se organizan en pequeñas cooperativas para vender lo que rescatan.

El olor que despiden los líquidos de la basura se impregna en la ropa y en las narices. Aquí, si el covid-19 entró, nadie se dio cuenta.

Tripas de animal envuelven botellas plásticas que los recicladores apartan sin asco, a mano limpia y sin mascarillas o implementos de protección.

Perros, vacas y caballos de los recicladores se alimentan en el lugar, en armonía con los buitres.

«Aquí he criado a los hijos yo (…) Tengo cuatro hijos que trabajan acá», explica Magdalena Cerritos, de 72 años.

«Como no hay trabajo (…) entonces nos dedicamos a trabajar aquí».

A causa principalmente de la pandemia, el desempleo en Honduras pasó de 5.7% en 2019 a 10.9% en 2020, lo que se traduce en que 400,000 personas perdieron el trabajo, según un estudio de la Universidad Nacional de principios de año.

Magdalena, que tiene cuarenta años reciclando basura en el «crematorio», se inclinará por Asfura, conocido como «Papi a la orden».

«Soy Nacionalista, y voy por ‘Papi’ (…) Yo creo que ‘Papi’ lo puede hacer [bien]», dice la mujer, mientras busca con habilidad latas y plásticos, entre la inmundicia.

Ayuda del gobierno

«Aquí lo que recogemos son botellas plásticas, cartón, botellas verdes, papel», cuenta Marco Antonio Cruz, de 69 años, otro reciclador.

«No es mayor cosa lo que nos dan [por la venta], siquiera para darnos un platillo de comida, nos da», dice.

Para aliviar a hogares en situación de pobreza, el gobierno entrega desde octubre el «Bono Bicentenario para una Vida Mejor», con 7.000 lempiras (290 dólares) para cada familia.

La gente hizo colas en los bancos para cobrarlo, mientras sectores críticos estiman que la medida busca, más bien, captar apoyo para el candidato del gobierno.

«Hay que ver los efectos de la danza del dinero que ha sido estrepitosa», dice el analista y catedrático de la Universidad Nacional, Eugenio Sosa.

Sin embargo, Asfura «no logra activar a los nacionalistas, porque no quieren un continuismo», añade.

Marlon, que lleva 40 años en el botadero, no ve por donde puede llegar una mejora a su situación.

Y no planea abandonar pronto el basurero.

Aún necesita juntar dinero para su esposa, que está en el hospital y necesita unas 7.000 lempiras (290 dólares) para su atención.

Moises AVILA/AFP

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