Más peligroso que nunca el no tener un hogar en la ciudad de Nueva York

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NUEVA YORK.- Tres horas antes de la repartición de comida, comienza a formarse la fila frente a la histórica iglesia en Nueva York.

Para las 5:30 p.m. la multitud en torno a la St. Bartholome’s Episcopal Church en la Park Avenue de Manhattan se ha extendido a tres cuadras. Al poco tiempo llega un camión con los paquetes de alimentos, que se ponen en una mesa de portátil.

Unas 300 personas desamparadas han estado esperando pacientemente, algunos vestidos más o menos bien, otros evidentemente harapientos.

Tras escuchar sus comentarios y las de quienes les sirven en un día reciente, una verdad reluce: si bien siempre ha sido difícil ser indigente en Nueva York, lo es aun más agobiante en medio de la pandemia del coronavirus.

Para los que usan los refugios para desamparados, cunde el temor de contagiarse de la enfermedad, ya que allí la gente vive muy junta en espacios cerrados. El Departamento Municipal de Servicios a los Desamparados ha identificado más de 650 casos y más de 50 muertes a causa del coronavirus entre los 17,000 adultos que usan esos alojamientos.

Para las aproximadamente 3,500 personas sin techo que viven en las calles de Nueva York, incluyendo algunas de las que ese día hacían fila frente a la iglesia, los temores por la enfermedad se mezclan con otras indignidades.

Muchos de ellos, que pasaban las noches en los trenes subterráneos, fueron desalojados de allí por la policía la semana por razones de salud comunitaria. Y ante el cierre de negocios y otros establecimientos, para ellos es más difícil que nunca encontrar un baño o un lugar donde ducharse.

Juan de la Cruz, empleado del grupo Coalition for the Homeless y coordinador de la entrega de alimentos en la iglesia, afirmó que muchas de esas personas, a pesar de privaciones, prefieren no pernoctar en los refugios.

“Tienen medio de estar ahí”, expresó De la Cruz. “No quieren estar en un sitio encerrado debido a la situación con el Covid-19”.

Sin embargo, en las calles “les hacen falta cosas simples que nosotros damos por hechas”, indicó.

Antes de la pandemia, declaró De la Cruz, el servicio de alimentos en la iglesia recibía muchos de las cafeterías corporativas cercanas. Pero ahora, con tantas oficinas cerradas, la oferta se ha reducido a leche, naranjas, sopa y algún sándwich.

Ryan O’Connor se ha hecho amigo de muchos de los desamparados en los cinco años en que ha estado ayudando a la agrupación benéfica. Una de sus experiencias más tristes fue su conversación con uno de los pobres, que podía ducharse de cuando en cuando gracias a un descuento que recibió para un gimnasio. Ahora por su puesto no puede, puesto que todos los gimnasios están cerrados.

Cuando alguien le pregunta dónde puede pernoctar esa noche, O’Connor les da una lista de asilos, pero no les ofrece ninguna recomendación.

“Sugerirle a alguien que vaya a un refugio ahora no me parece lo correcto”, afirmó.

AGENCIAS

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Redacción

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