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Huir o resistir: huracán Idalia pone en jaque a un pueblo de Florida

John Paul Nohelj lleva más de 20 años viviendo en Steinhatchee, en el noroeste de Florida. El pueblo, situado en una región de marismas y bosques, es para él el mejor lugar en la Tierra, y no lo va a abandonar pese a la llegada del huracán Idalia.

Poco le importa la orden de evacuación que las autoridades emitieron para esta localidad y otras numerosas zonas del oeste de Florida. Sentado en el porche de su vivienda, una casa de madera que parece a punto de derrumbarse, Nohelj no está asustado.

«He vivido en la costa de Florida toda mi vida y aquí es donde me encanta estar», dice este hombre de 71 años, que respira con la ayuda de una bombona de oxígeno.

«Pero si vives cerca del agua, te vas a mojar el trasero de vez en cuando», añade, quitándole importancia a la amenaza del huracán.

Steinhatchee es un pueblo tranquilo. Tiene unos 1.000 habitantes, numerosos árboles, bonitas casas de madera y agua abundante: la del río homónimo que atraviesa la localidad y la del Golfo de México en el que desemboca, cerca de ahí.

El miércoles por la mañana, Idalia alcanzará la zona como un huracán de categoría 3 en la escala Saffir-Simpson, de cinco niveles, según las previsiones del Centro Nacional de Huracanes estadounidense (NHC). De confirmarse esa magnitud, los daños podrían ser catastróficos.

Decenas de personas ultiman sus preparativos antes de que llegue el temporal. La mayoría de ellas van a evacuar el pueblo, pero tratan de salvar una parte de sus pertenencias antes de irse.

SOLIDARIDAD

Stephanie Moon, de 37 años, ha cargado todos los muebles que podía en un camión de mudanza, con la ayuda de unos amigos.

Vive sola con su perra Molly, en una casa situada justo en frente del río, y está a punto de marcharse a Georgia, el estado al norte de Florida, donde pasará las próximas horas con familiares y amigos.

«Sólo espero que nuestra pequeña y hermosa ciudad siga aquí después del huracán, y que, con suerte, volvamos a algo que no sea solamente devastación», dice.

En el centro del pueblo, varios habitantes entran y salen del único supermercado que permanece abierto, Maddie’s Market, junto a una gasolinera. Como en muchas casas, las ventanas del local están tapiadas con paneles de madera para protegerlas de los vientos huracanados, aunque aquí lo que más se teme son las inundaciones.

Las marejadas ciclónicas podrían alcanzar hasta 4,5 metros de altura en esta región rural conocida como el Big Bend.

Jody Griffis, copropietario de un puerto deportivo, y varios empleados trabajan contra reloj para poner a salvo lo que pueden. En las últimas horas han subido con elevadores 25 botes de alquiler a un almacén vertical, una alta estructura metálica donde esperan que el agua no los alcance.

«Espero que esto siga aquí cuando regrese el jueves y que nadie sufra daños», dice.

Este empresario de 56 años va a dejar pronto el pueblo, pero ya piensa en participar en las labores de limpieza tras el paso de Idalia.

La solidaridad, insisten varios habitantes de Steinhatchee, es una de las características de esta localidad. En los próximos días el huracán la pondrá sin duda a prueba.

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